Por si acaso
Esperar que con el agua y el calor las zanahorias pierdan su dureza.
Huir de las hormigas que entretejen las paredes, los bordes ocultos de la mesa,
las palabras negras de los libros de turno.
Abrir la ventana solo un poco y sin hacer ruido.
Recoger los libros del piso y amontonarlos en bloques pequeños.
Preparar las clases de literatura.
Regar las plantas cuando sea de noche.
Dejar una luz del corredor encendida, por si acaso.
Permitir que las cobijas se suspendan un segundo en el aire antes de tocarme.
Inventar el canto de los grillos o escuchar
cómo van las llantas de los carros en la oscuridad,
la quebrada que a veces ruge y a veces canta,
las voces de los otros
que viven
arriba y abajo.
Hago todo eso
para no pensar en la muerte.
¿Es un tatuaje o un sello?
El rojo siempre fue medio pálido
aunque él repasó dos veces la tinta
y esa estrellita que está en la gorra,
apenas alcanzó a ser un espacio vacío.
A veces olvido que está ahí
en todo el centro de mi muñeca
-que es pequeña-
y vuelvo a verlo solamente
cuando alguien se acerca y dice:
¿Es un tatuaje o un sello?
Es un tatuaje, aunque parece un sello, digo
y lo tapo con dos dedos.
¿Te arrepientes?
Me preguntó una vez una estudiante
Sí.
¿Sí?
No, no.
(Aunque preferiría que fuera un pájaro,
no sé, algo que pesara menos).
¿A dónde se van todas las que he sido?
¿Qué se hizo de la que escondía libros
en las bibliotecas de Mendoza
y que tomaba mate a la mañana y a la tarde?
esa que paseaba a un lobo
que se había quedado ciego.
¿Qué se hizo de ella
que no tenía miedo?
Me parece verla salir extasiada del cine
luego de ver ese documental
de Ernesto Guevara,
pensando en un tatuaje rojo
que se haría porque supo que el Che
escribía poemas.
Puede ser que se haya hecho nido
adentro mío
y duerma.
Hasta que un día mi hijo
voltea las palmas de mis manos
me señala con el dedo
como preguntando
¿Quién es ese?
Yo le digo: “es el Che hijo”,
él lo mira con sus ojos despejados
y le hace hola con la mano
como a los pajaritos que vemos en el parque.