IMPRESOS LOCALES

La vida como era
Manuela Gómez - Sara Quijano
 
 
La vida como era
 

La vida como era, de la poeta Manuela Gómez, es un libro de poemas precisos, con imágenes personales que hacen que el lector se transporte a ese instante representado y lo haga suyo, como si el poema fuera una compuerta hacia un momento que se detiene y queda capturado por las palabras. Con los poemas de Gómez asistimos a la mirada de alguien que, con temor y extrañeza, da cuenta da la fragilidad de nuestros cuerpos, del tiempo, de las relaciones personales, en suma, de eso que tan rudimentariamente nombramos como la vida. Esta recreación de imágenes es producida por un yo casi invisible pero presente, que relata, a través de sus sentidos y sus percepciones, las perplejidades que el mundo le depara.

Por los poemas desfilan el miedo a la muerte, la pregunta del hijo por un tatuaje del Che, la idea del doble representada en el cuerpo de la hermana gemela, los mitos reales de la infancia, los hilos invisibles con los que se concatenan los momentos y los espacios, la presencia del mar y la sensación de no pertenecer a nada en concreto. Tejidos, todos, con habilidad y cautela, con desconfianza a lo manido y a lo ya dicho. Gómez entiende, como nos dice Abelardo Castillo, que toda sintaxis es una concepción del mundo, y bajo esta premisa del oficio se urde el poema, con reposo y con sospecha. Con la palabra justa, en el lugar adecuado.

La edición de La vida como era está acompañada por dibujos de Sara Quijano, los poemas dialogan con las ilustraciones y muchas veces se complementan hasta hibridarse, es decir, en ese encuentro entre las imágenes visuales y las imágenes poéticas, el libro se potencia; el resultado es una conversación entre dos maneras de percibir el mundo, de percibir La vida como era.

Santiago Rodas


Por si acaso

Esperar que con el agua y el calor las zanahorias pierdan su dureza.
Huir de las hormigas que entretejen las paredes, los bordes ocultos de la mesa,
las palabras negras de los libros de turno.
Abrir la ventana solo un poco y sin hacer ruido.
Recoger los libros del piso y amontonarlos en bloques pequeños.
Preparar las clases de literatura.
Regar las plantas cuando sea de noche.
Dejar una luz del corredor encendida, por si acaso.
Permitir que las cobijas se suspendan un segundo en el aire antes de tocarme.
Inventar el canto de los grillos o escuchar
cómo van las llantas de los carros en la oscuridad,
la quebrada que a veces ruge y a veces canta,
las voces de los otros
que viven
arriba y abajo.
Hago todo eso
para no pensar en la muerte.


¿Es un tatuaje o un sello?

El rojo siempre fue medio pálido
aunque él repasó dos veces la tinta
y esa estrellita que está en la gorra,
apenas alcanzó a ser un espacio vacío.

A veces olvido que está ahí
en todo el centro de mi muñeca
-que es pequeña-
y vuelvo a verlo solamente
cuando alguien se acerca y dice:
¿Es un tatuaje o un sello?
Es un tatuaje, aunque parece un sello, digo
y lo tapo con dos dedos.

¿Te arrepientes?
Me preguntó una vez una estudiante
Sí.
¿Sí?
No, no.
(Aunque  preferiría que fuera un pájaro,
no sé, algo que pesara menos).

¿A dónde se van todas las que he sido?
¿Qué se hizo de la que escondía libros
en las bibliotecas de Mendoza
y que tomaba mate a la mañana y a la tarde?
esa que paseaba a un lobo
que se había quedado ciego.

¿Qué se hizo de ella
que no tenía miedo?

Me parece verla salir extasiada del cine
luego de ver ese documental
de Ernesto Guevara,
pensando en un tatuaje rojo
que se haría porque supo que el Che
escribía poemas.

Puede ser que se haya hecho nido
adentro mío
y duerma.

Hasta que un día mi hijo
voltea las palmas de mis manos
me señala con el dedo
como preguntando
¿Quién es ese?

Yo le digo: “es el Che hijo”,
él lo mira con sus ojos despejados
y le hace hola con la mano
como a los pajaritos que vemos en el parque.


La vida como era

Amanecía muy pronto
y las olas de la noche
dejaban peces globos
regados en la arena.

Yo sé que el agua
se secaba con el viento,
que la sal nos ponía
la piel tostada.

Y que la noche
una y redonda con el mar,
nos enseñó el verdadero
tamaño de los hombres.

Bajo ese cielo los miedos
se contaban rápido,
eran lindos como medusas
cerca de la orilla,
mamá dormía bien
entre las palmas
y todavía no empezaba
a olvidar.

Quiero quedarme ahí
aunque esté lejos,
así conozca
esa ternura
que no extraña
la vida como era.


Big Bang

Cercar con bambúes medianos
la fortaleza de selva.
Encender los punticos de luz
aunque no sea tiempo de navidad.
Cerrar el cristal
y acurrucarse ahí
hasta que la dureza
se agote.
Si es necesario,
cerrar los ojos
y recordar
el punto diminuto
y caliente
del que nació todo.
El dios detrás
de la belleza
del Big Bang.
Abandonar
cada certeza
y quedarse
con alguna mentira
que te vuelva
mínima,
fácil de empujar.