La vida que fluye en los poemas de Eduardo Escobar es la cotidianidad: relato de los días y de la rutina cercana, de las circunstancias comunes que todos compartimos, y ese es un enorme mérito; no es esta una poesía que nos habla desde las alturas, que impreca o sermonea; al contrario, nos conmina de frente, y nos entrega, como dádiva, los brillos de su belleza y de su elocuencia, muchas veces dolorosa por lo punzante y reveladora. Por eso su visión suele ser divertida, porque sabe ser ligera sin superficialidades, al permitirse giros inesperados que son mezcla de vértigo y calma; irónica y cínica porque no evade, y con elegancia sabe insultar y alebrestarse, no se detiene en prejuicios pues ella misma desbarata sus propios sistemas ideológicos; directa pues tampoco se apoya en eufemismos ni en fáciles concesiones ni artificios, no es malabarista aunque le gusta el color y el escándalo: usa las palabras sin miedo y sin violentarlas, las estira pero no las rompe; juguetona y contradictoria porque el movimiento de sus ideas le da vida, en la irresponsable y rica inestabilidad entre tradición y vanguardia, como un viajero que echa raíces en varios territorios.
Felipe Restrepo David
SELECCIÓN DE POEMAS
Advertencia retórica
(Fragmento)
Los poemas no son de nadie:
los poemas le ocurren a la gente, la invaden
y se apoderan de su campo mental
sin que se pueda resistir
Algunas personas ni siquiera se percatan
de que un poema empieza a habitarlas
de que han sido elegidas para ofrecerle albergue
a un extraño animal
y piensan que se están volviendo tontas
o que están camino de enloquecer
y a veces consultan con sus siquiatras
el sentimiento de haber sido despojadas del sí mismo habitual
para ser agregadas a otra cosa
cuando el poema las llena, llegando de improviso
Se necesita una cierta disposición
y un cierto entrenamiento para distinguir
el advenimiento del poema, la hora llegada de la epifanía
El mejor es el que llega descalzo como un gusano recién nacido
a la cita no pactada
sin sonido de pasos
Aunque a veces, algunos incluso buenos,
lucen pantuflas de lentejuelas
como los maricas que asisten a las patronas de los lupanares caribeños
Y llevan la pata derecha de un cisne en la mano contraria
los de excelencia irrefutable
No importa si los cisnes dejaron de usarse
en la poesía hace tiempos
siempre han de volver, como ahora sucede en esta página
donde soy exprimido por el habla
***
Jardín volátil
De los altos esqueletos
de los edificios
en construcción
veo caer sobre el crepúsculo
de la ciudad
obedeciendo a las leyes de la inercia,
la gravedad
y la dinámica
las estrellas
de la soldadura autógena
azules verdes amarillas
***
Paisaje infinito
Debajo de aquella columna de humo remoto
doblándose como un árbol bajo el peso oscuro del viento
tengo derecho a suponer el chisporroteo de un fogón encendido
Y detrás del fogón ha de haber una mujer que canta
O calla
Con un cucharón de madera en la mano derecha
revolviendo un cocido de papas y trozos de gallina y pizcas de cilantro
Y quizás lleva un delantal a cuadros azules
Y detrás de la mujer debe haber un niño
sentado en el suelo de tierra pensando en nada
Y detrás del niño ha de estar papá
Con su vozarrón callado y sus grandes zapatos quietos
Y su bigote de corsario
O como de manubrio de bicicleta
que le da un aspecto fiero
Y cómico a la vez
Y tierno
Y detrás de papá habrá un perro blanco
Y detrás del perro un gato colorado mordisqueándole la cola
Y detrás del gato una puerta abierta
Y un camino y una colina
Y una casa y una columna de humo
Y alguien que como yo
o tal vez mi contrario
contempla el paisaje circular a estas horas
se dice:
debajo de aquella columna de humo remoto
doblándose como un árbol bajo el peso oscuro del viento
he de suponer un fogón encendido y una mujer que canta
o que calla
***
Sacrificio
Hoy también como todas las santas noches
-maldita sea-
a las once en punto
después de la última campanada
del reloj de arpas
decapitaron en el segundo piso
a la misma mujer
y como siempre
ella lo soportó en un silencio digno y claro
obediente al ritual
emitiendo un pequeño gemido de corneja
Como todas las noches a las once en punto
hoy
oí caer la cabeza de una mujer
con el mismo golpe amortiguado
que ya es costumbre
sin decir un sí es no es
sin protestar
sin hacer una tragedia de una liturgia necesaria
De un sacrificio inapelable
Aceptando el destino
Y yo apagué la luz de la lámpara de la mesa de noche
compadecido, pero también más tranquilo
Porque
no sé qué pasaría si algún día dejara de suceder
y perdonaran a esa mujer en el segundo piso
Y no cayera a las once en punto
su cabeza
como una bola de sebo
en un canasto
esparciendo aromas de glucosas quemadas
Mientras el eco del último toque de las once
disuelve el arpa del reloj de muro
y en algún patio del barrio recogido
aletea
victorioso
el mismo gallo
el verdugo se aleja, cojea un poco del pie izquierdo
Y cuenta las monedas de sus honorarios
bien ganados
y musita una canción de negros
pensando en sus hijos
***