La ignorancia es atrevida recita el cruel refrán. Un lobito disfrazado de cordero aúlla por las calles de su barrio y no le teme al qué dirán. Muchas veces nos permitimos todo porque no conocemos, ni descubrimos aún, los sutiles códigos que pueden mantener cohesionada una comunidad. Transgredir resulta fácil donde los códigos han permanecido casi inalterables por años y cualquier pequeño desvío puede implicar, además de una gran innovación, un riesgo. Por desgracia, resaltar puede ser causa de una intensa vulnerabilidad. Es concentrar en uno la mirada enjuiciadora del otro; otro que en nuestra ciudad literalmente puede llegar hasta matarte.
Más de una década ya de programas de tv donde la vida privada se convierte en espectáculo y en la que en sus blogs y twitter todos, ricos y no tanto, buscan cómo mostrar su factor X y llegar lo más lejos posible. Qué loca carrera por esos 15 minutos de fama que delató Andy Warhol, padre del pop art, vaticinio del actual poder de los medios de comunicación y el apogeo de la prensa amarilla y de los reality shows. Para la década de los 60 el auge económico había generado un estilo consumista, the american way of live, que se propagó al ritmo de los cada vez más nuevos objetos sofisticados, de formas originales y atractivas, difundidos entre adictos, primero por revistas, luego por la tele y hoy también por la web. Son ellos mismos, los medios, quienes gestionan un jet-set que los sostiene. Mas aterradora es la visión de un mundo así contenida en 1984, la novela de George Orwell publicada en el 49, germen de ese panóptico que es Gran Hermano.
Distinto imaginario podría desplegarse viendo a Camilo invitándonos a otra dimension futurista, con su materiales sintéticos y destellantes; su reloj con leontina sería el del famoso conejo blanco que pasa junto a Alicia —“¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Qué tarde voy a llegar!”— y despierta su curiosidad haciendo que lo siga hasta el país de las maravillas, la otra dimensión.
El real pop nos saturó de marcas y es ahora que los chicos buscan, talvez sin saberlo, otra dimensión del consumo en los barrios, impulsando con sus personalizaciones y remezclas estéticas una idea sobre “mi propia marca”. Bajo esta consigna, en Rocinha, una favela de Río de Janeiro con 200.000 habitantes en la pobreza, la Cooperativa de Trabajo Artesanal y de Costura (Cooparoca), integrada casi toda por mujeres, ha logrado un gran triunfo al firmar hace dos años un contrato por 100.000 dólares en indumentaria bastante artesanal que será vendida en el mercado de alta costura, garantizando un pago justo para todos los que intervienen en la elaboración. Roma no se hizo en un día y la Cooparoca es un emprendimiento original de la socióloga Maria Teresa Leal desde el 83, que desde el 87 cuenta con apoyo de Naciones Unidas. En una evolución del fenómeno, en Sao Paulo la marca que ha logrado desplazar los logos de las grandes ligas en el barrio es ya la de un gran MC del hip hop local. Habrá que ver cuántos se anotan a imitar el valor de nuestro “estrellado”.
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Camilo Mira es un habitante de la zona nororiental de Medellín. Diseña y confecciona su propia ropa.
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