La carrera 36, entre Ayacucho y la quebrada Santa Elena, se llama carrera Aguinaga o Calle de los Indios, pero de la quebrada hacia el norte toma el nombre de Carrera Portocarrero, en homenaje al Conde de Medellín, amante de la Reina Regente de España, S. M. Doña Mariana de Austria, quien gracias a sus amistades con el Padre Castrillón —hermano de doña Ana de Castrillón, prototipo famoso de la mujer moderna de entonces—, consiguió el título de Villa para la población, desbaratando las intrigas del gobierno de Santa Fe de Antioquia que vivía muy cómodamente con los recaudos de Medellín.
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1. En el crucero con Ayacucho, esquina nororiental, había una casa que, por los años 30 del siglo pasado, la gente dio en llamar la Casa del Duende. Vivía allí una familia de la que hacía parte una muchacha muy linda, que, tal vez por eso, era acosada todas las noches por un duende que ni brujas ni brujos ni exorcistas fueron capaces de alejar. Perseguía a la muchacha, la pellizcaba, se le acostaba encima, la hacia sufrir enormemente hasta que un día alguien de Sonsón, que había presenciado en su tierra algo similar, les dijo: "Están equivocados con el remedio, no hay oración que sirva para espantarlo; la única manera de acabar con esa situación es atraparlo con una cobija o algo parecido y mantenerlo cogido de pies y manos hasta que amanezca. A las seis de la mañana, cuando sale el sol, el duende pierde sus virtudes de invisibilidad y aparece".
Entonces los apurados padres le pidieron colaboración al cuerpo de bomberos, que de manera extraoficial y caritativa se ofreció a hacerlo. Casi no pueden tapar al dichoso duende y casi se les escapa varias veces. Cuando amaneció pudieron verlo: era el dueño de una famosa tienda del barrio.
2. Hubo un inquilinato en la cuadra que sigue para la quebrada, apodada Calle de los Indios, donde ocuparon habitaciones los Paucar, indígenas dedicados a las artesanías y a traer al mundo unas hermosas muchachas que mezclaron su belleza con el prestigio y la honradez de su trabajo, de tal manera que escalaron hasta conseguir maridos de clase alta.
Este mismo inquilinato tiene un mérito horroroso: Fue sede del primer secuestro extorsivo que se hizo en Medellín. Allá le escondieron el hijo a un chancero y cuando por fin la policía localizó el lugar y fue a rescatarlo, lo mataron. Al parecer, en memoria de su hijo, el amargado padre fundó un centro de atención para niños pobres y desvalidos.
3. La Cantina Zamora era una de esas que todavía se ven en algunos barrios, con tienda y trastienda, la primera para venta de víveres y la segunda para expendio de licor y tertulias nocturnas. Además la Zamora, aprovechando la topografía del lugar, tenía una especie de sótano que hacía de garito, con un problema: cada año, con el invierno, la quebrada se lo llevaba, y cada año, con el verano, había que rehacerlo.
Se ve que el dueño de la cantina era un hacha para los negocios porque se inventó los domingos familiares, en los que agregó a la de trago la venta de tamales, empanadas, chorizos y etcétera. Fue mucha la gente que, después de salir de misa de 10 de la mañana, almorzó allá y se bañó en los charcos, y fue mucha también la que se sentó en la barranca de la quebrada a observar a las damas en chingue.
A un pintor conocido de la ciudad, el dueño le encargó el aviso, con la condición de que las letras de Zamora fueran hechas con figuras humanas desnudas, y así se hizo, escandalizando a los mojigatos que nunca han faltado.
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