Con mucho sexappel y de glam-rock, Loli hace de sí misma una reversión actualizada de la imagen fetiche de la colegiala que sedujo a su maduro profesor… Lolita.
Es un ícono, más: un fetiche. Aunque los psicólogos hablarían del “objeto” y he ahí una de las características fundamentales de nuestra postmodernidad: El cuerpo hecho objeto que refleja la identidad y el género en una performance.
Varios autores se acreditan la versión original de esta historia pero para desmentirlos está el texto, reinterpretado millones de veces desde que fuera escrito, que lleva precisamente ese nombre: Lolita. Vladimir Nabokov, soviético autoexiliado en los Estados Unidos, publica en 1955 la historia de un profesor seducido por la belleza de una chiquilla de trece años. Todo se ha dicho de la novela: erótica, pornográfica, ¡cruel! Luego Stanley Kubrick la fijaría entre los íconos divas, dioses del pop, al hacerla película con guión del mismo Nabokov. Es inolvidable y fue como un tsunami la imagen del cartel en el que la chica —Shelley Winters—, con lentes en forma de corazon rojo, “chupa” su chupete rojo, con sus labios rojos, mientras de reojo e insinuante nos mira con sus labios húmedos en franca provocación.
Hubo luego otra Lolita y en la película París —Cedric Klapisch 2008— se revive y suma esta historia a todas las tramas —de amantes, tríos, incestuosas y hasta coprológicas— de aquello que muchos conocemos por París.
Loli en su reversión se acerca más a las Lolitas que se exhiben en la famosa calle japonesa de Harajuko. Las chicas orientales habituadas por su cultura ancestral a toda un rito y una parafernalia al vestirse, con la llegada del capitalismo pronto encontraron nuevos vestidos y hoy podríamos considerar al cosplay como el fenómeno más extremo, donde ya no hay límite entre indumentaria y disfraz. A partir del 99 una celebridad nipona se hizo cargo del imaginario Lolita y le sumó a la tradicional faldita tableada, los calcetines altos, las camisitas blancas, las corbatas y los blazers de los uniformes de los internados, la estética casi rococó inglesa del periodo victoriano de finales del siglo XIX. Eliminando así de la palabra Lolita la referencia a la acalorada adolescente occidental y pasando a ser casi sinónimo de una persona inocente, femenina, una muñeca recatada para adornar.
Ahora hay en el mundo anime, como Loli, Lolitas con rock y punk, y si las primeras versiones fueron con corset, sombrillas, faldones a la cintura con crinolinas y telas en colores oscuros, luego llegrian las Sweet Lolitas que toman esas características y las convierten en algo más dulce, con kilómetros de encaje y colores pastel. “Gothic, classic, country, casual, sweet, deco, horror, eros, cyber, punk, pirata y la versión marinera son ya reconocidas, y aparecen algunas versiones que ya mezclan elementos de la indumentaria victoriana con la oriental de kimonos y yukatas: Hime, Wa y Qi. Kuro y Shioro, unas todas de negro y otras todas de blanco”… definiciones wiki para la cibercultura global.
El estilo de nuestra Loli podría ser parte de las gothic, por el luto victoriano con tanta oscuridad, pero hay en ella tanto remix picante latino que le vendría mejor definirla como erotic-punk… ¡Lolita! Realmente hace más parte de un juego que ya antes pasó por las manos creativas de esta personalizadora que también se tatuó, cortó, cosió, pegó, editó… se recreó, y mucho jugo le sacó a piezas que analizadas separadamente bien pueden hacer parte de un manual de básicos multiocasión del uniforme elemental, en versión más guerrera, de un habitante de una ciudad tropical como es Medellín.
Loli es una actriz que, como ella misma dice, “vive y aprovecha lo que le traiga la vida.
“Soy una fetichista a la que le gusta explorar y experimentar” y ha sido tres veces portada de UC.
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