La marihuana, estrella popular de hojas aserradas, imagen ubicua en buses, muros y gorras, ha decidido amablemente ceder por el mes de febrero su espacio a la más discreta y pálida hoja de coca. La nota sigue siendo verde aunque la acompañe la cal del poporo y las muelas maltrechas de los indígenas. Pero comencemos a masticar el tema.
La foto muestra a Juan Manuel Santos descalzo y sonriente, aferrado a un simbólico bastón de mando que ese mismo día, agosto 7 de 2010, habría de tomar de manos del presidente del congreso. Lo acompañan sus hijos de impecable blanco y lo rodea una tropa de indígenas de la Sierra Nevada. A varios de ellos se les puede ver un carrillo hinchado por el ejercicio que aquí llaman mambeo, en Bolivia acullicu y en Perú chajchado. Palabras que solo se pueden pronunciar con la boca llena de hojas de coca.
A pesar de elegir ese pueblo encumbrado en la Sierra para darle color local a la posesión e impedir que todas las fotos de su día D fueran en compañía de Armando Benedetti, Juan Manuel Santos y su gobierno decidieron vetar, en primera instancia, una proposición de Bolivia que pretende acabar con una vieja resolución de Naciones Unidas: “La masticación de hoja de coca quedará prohibida dentro de los 25 años siguientes a la entrada en vigor de la presente Convención conforme a lo dispuesto en el inciso 1 del artículo 41.” En 1961 entró en vigor la susodicha Convención Única Sobre Estupefacientes, lo que significa que los ocho millones de indígenas que mastican hoja de coca en América -se calculan 100.000 en Colombia- lo hacen de manera ilegal desde hace más de dos décadas. Un canto ridículo a la bandera de la ONU y del fanatismo antidrogas. Es seguro que el día de su encumbrada en La Sierra Santos se asomó a los poporos de sus anfitriones y comentó con sus hijos el uso ancestral de los koguis, kankuamos y demás. Y es casi seguro que se mencionó la palabra multiculturalismo.
Santos acaba de demostrar que su visita a los indios de la Sierra tuvo efectos, así fueran retardados. Masticar coca anestesia las encías, profundiza la respiración y dilata los bronquios. Es posible que un poco más de aire en el cerebro haya sido la causa del súbito cambio del presidente. Colombia retiró el veto a la propuesta boliviana en compañía de Egipto, ocupado en rituales más ruidosos, y de Macedonia, desocupado en las resacas de enero. Cuando se le preguntó por el súbito cambio de libreto el presidente respondió con un argumento constitucional, por que los estadistas también pueden andar descalzos: “La posición de acompañar a Bolivia la hicimos porque así lo establece la constitución: respetar en las etnias indígenas esa tradición.”
Evo Morales agradeció el gesto de sus tres colegas y se propone pelear contra la imposible porfía del gobierno gringo. El veto de un solo país es suficiente para mantener la prohibición. Durante un tiempo no habrá más alternativa que escupir el bagazo coquero sobre ese catálogo cincuentenario.
Pero el buen respiro de Santos no ha sido el único alivio para la coca y la fatiga que traen los himnos de la guerra contra las drogas. También en el sur aparecieron buenas noticias. Hace unos meses la Corte Suprema de Justicia enterró definitivamente el estribillo cacofónico y odioso que nos acompañó durante desde noviembre de 2008: la bendita “mata que mata” que ni palíndromo era aún pareciéndolo. Fabiola Piñacué Achicué, líder de la micro empresa Coca Nasa que produce la aromática Nasa Esh’s y la animosa Coca Sek, interpuso una tutela para que se protegieran sus derechos individuales y los derechos colectivos de su comunidad. La Corte Suprema acogió su solicitud y le ordenó a la Dirección Nacional de Estupefacientes dejar de transmitir esa cantinela infantil. Según la Corte los comerciales violaban “el derecho de los pueblos indígenas de seguir sus tradiciones que tienen en la hoja de coca un valor cultural de trascendental importancia.”
Pueda ser que la decisión de la Corte y la reversa del gobierno Santos respecto a la petición de Bolivia, sirva para acabar con la persecución contra Coca Nasa: detención de sus empleados por transportar hoja de coca, registro hostiles del Invima y una condena soterrada que prohibió la venta de los productos por fuera de los resguardos indígenas. Las artesanías de los indígenas son productos de exportación para Salvarte, pero las aromáticas y las galletas de la “mata que mata” solo pueden servirse en el remoto e incomprensible mundo de los resguardos. El Invima basa su veto en una pregunta de la Junta Internacional de Fiscalización de los Estupefacientes (Jife). Hace unos años esos burócratas inimaginables preguntaron sobre el posible pecado original del refresco Coca Sek frente a la dichosa Convención de 1961. De modo que dimos la vuelta y de nuevo estamos enredados en la telaraña de esa vieja tabla de prohibiciones.
Nadie se explica por qué en el 2003 la página de la presidencia se deshacía en elogios hacia empresas que luego intentó deshacer por medio de resoluciones:
Como un ejemplo de agricultura sostenible, diversas autoridades agrícolas destacaron las aromáticas, que a base de hojas de coca, fabrican los indígenas Pijaos y los Yanakonas del Huila. Se trata del té y la aromática Kokasana, bienes que serán ejemplos de producción respetuosa del medio ambiente. Para su comercialización y exportación, aún a los mercados de Europa y Latinoamérica, obtuvieron el permiso de Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (Invima).”
Pero la lucha no ha sido solo contra oficinistas de todos los pelambres, de gamuza en el Invima y de paño en la Jife. Coca Sek también libró y ganó una batalla contra la Coca Cola. Los dueños de la chispa de la vida interpusieron una demanda por usurpación marcaria contra los indios abusadores. Un tribunal colombiano le dio la razón a los mambeadores capitalistas de Coca Sek bajo el argumento de que ninguna empresa puede registrar nombres de vocablos indígenas e impedir su utilización.
La colección de buenas noticias venida de los pesos pesados del Estado —Santos, Corte Suprema, Tribunales— debe ser suficiente para acabar con la resolución de rutina de una corbata implacable en el Invima. No aspiramos a que la coca tenga el estatus que tenía en el siglo XIX cuando se hablaba del “más importante descubrimiento de la época, cuyos beneficios para la humanidad serán incalculables. Ni que entre los amigos de la aromática estén ilustres a la altura de Verne, Rodin, Zola y H. G. Wells que en su época fueron entusiastas del Tónico Mariani que mezclaba el vino con las hojas de coca. Nos contentamos con que sea posible bogarse una Coca Sek a precio corriente, sin necesidad de pagar 7.000 pesos por culpa del contrabando desde un resguardo del sur.
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