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Número 20 - Febrero de 2011   

Antimateria

 

Espacios de hostilidad

Hace cuatro años Héctor Zamora, un artista mexicano, reclutó a las mujeres que trabajan de noche en el callejón del costado sur que adorna y ensucia el Museo de Antioquia, a la entrada del antiguo museo de Zea. La idea era que las damas fueran las anfitrionas, doñas, coperas y administradoras de un bar improvisado e imprevisto  en el primer piso del Museo. Zamora hizo romper el candado de una vieja puerta con vista a la calle y colgó el aviso de Las Divas, sólo faltaban las botellas para que el bar pasara de la periferia indeseable al cuerpo del antiguo palacio municipal. El mexicano ha sido un admirador del parasitismo, un amigo de la rémora, un aliado de la garrapata. Quería un bar que aprovechara toda la carne que ofrece el Museo de Antioquia.

El bar Las Divas surgió en el marco del MDE07, un encuentro de arte contemporáneo que tendrá su segunda versión con el MDE11. El lema y la inspiración de ese evento se resumía en una expresión: “espacios de hospitalidad”. Un juego donde fuera posible encontrar refugio en cualquier parte, una idea para buscar parentescos imposibles.  Las reseñas curatoriales del momento hablaban de la “generación de un dispositivo limítrofe entre la calle y la institución. Las tensiones generadas en / dentro del encuentro ya han sido instauradas, las dinámicas que se posibiliten para el afuera deben seguir siendo observadas”.

Reflexiones verdaderamente incomprensibles pero proféticas. Por obligaciones de recorridos hemos seguido observando esa esquina caliente y bullosa. Hace unos meses apareció el “dispositivo limítrofe entre la calle y la institución”: dos rejas con horario de 7 a.m. a 7 p.m. se encargan de sellar la entrada de las esquinas de maquinitas y vallenato  que inspiraron el bar de Las Divas.

Sabemos que ese espacio de hospitalidad era simbólico, temporal, que un museo no soporta ese voltaje de putas y borrachos de alhelí al interior. Y esperamos que las rejas recién instaladas hagan parte de una nueva obra, también  fugaz, otro gesto para generar reflexión. Una de las primeras ideas del MDE11 que nos haga pensar sobre los “espacios de hostilidad”.

 

De memoriam
Pascual Gaviria

Mi  primer libro fue un casette azul que oí innumerables mañanas de vacaciones. Cuando la cinta se reventó ya me sabía el cuento de memoria y había logrado imitar la cadencia de El flecha, “boxeador de profesión y bacán de fracaso”. Todo sucedía en la voz de ese personaje a la vez guapachoso y decadente. Un bar mortecino -el tuqui tuqui-, un sábado en la noche, cuatro adoradores de la botella y la llegada de un escritor -El viejo Deivinson-, son suficientes para soltar una retahíla que es a la vez biografía de un don nadie, memoria risueña de pobrezas, alardes costeños, nostalgia sin llantos y colección de proverbios de la tierra caliente. David Sánchez Juliao inventó entre nosotros la “literatura casette”, no el dictado de un libro sino una especie de radio teatro dónde el personaje es entrañable por su vida y por su voz.

Medellín le rindió un dudoso homenaje a David Sánchez Juliao en su última presentación en la ciudad. Todo empezó con un equívoco. Alguien decidió invitarlo a un festival del humor en plena feria de flores. Frente a un público entre burletero y hostil, con el libreto de la risa aprendido y con pereza de atender un acento ajeno, Juliao se veía quieto en el escenario, cansado, leyendo sus historias hechas para insinuar una sonrisa y no para la carcajada. La gente comenzó a gritarlo y el hombre intentó fajarse con el público, en el cuerpo a cuerpo, como El Flecha en sus tiempos, “ese man que no lo defraudará”. La gente abucheaba y Juliao los retaba con sus fintas y su lengua. Pero le tocó tirar la toalla y bajarse del escenario.

Como árbitro del combate apareció Jorge Melguizo. Subió al ring e improvisó una defensa del escritor, habló de la tolerancia, de la inteligencia que se necesita para entender lenguajes e historias distintas a las que nos rayan la memoria. Le preguntaron una vez más y soltó el nombre de Montecristo como culpable de una enfermedad en nuestra glándula de la risa. Se armó la de Troya. Mientras tanto Juliao ya iba rumbo a su pueblo, manejando su WVM, “un Willis vuelto mierda”, y riéndose del tierrero que dejaba atrás.  

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