El Café Vesubio, donde iban las parejas y se quedaban hasta por la noche. Situado en lo que entonces era un arrabal, tenía una vista espectacular y todas las comidas que vendían eran excelentes.
En la mitad de la misma cuadra, hacia arriba, vivía el doctor Horacio González Delgado, hombre muy generoso y buen médico, hijo de un carnicero de La Toma llamado Pelón, nombre que terminó heredando.
El Castillo de los Botero —que podría decirse, fue antepasado del Hotel Nutibara— ofició como una de las grandes sensaciones de Medellín, ante todo por su atractiva arquitectura, y en segundo lugar por las aún más llamativas sesiones de espiritismo que se realizaban en ella. Hay que entender que por los años 20 del siglo pasado, el espiritismo causó furor en todos los niveles sociales de este valle, y metió también susto pues era frecuente que las manifestaciones que hacían los espíritus estuvieran rodeadas de perfumes de camelias y rosas, desconocidos por aquella época en Medellín. Eso y muchas otras cosas murmuraba la comunidad. Además, la espléndida casa era sede habitual de reuniones de la masonería, en las que todos los propietarios del inmueble participaban.
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Tanto ocurría en el Castillo, que para la gente simple se convirtió en símbolo del infierno, al punto de que cuando murieron los Botero, la que pasó a ser dueña le regaló al cura el extenso terreno del parque para que construyera una iglesia, a fin de salvar las almas de sus parientes. Allí está el templo hoy ¿dónde estarán las almas? ¿Participarán en sesiones de espiritismo ahora como protagonistas?
. La Iglesia de Buenos Aires empezó bien, pues a diferencia de muchas otras de la ciudad fue construida en muy poco tiempo, con donaciones de toda la feligresía y aportes de personajes de Medellín. Su decoración fue motivo de una suplantación insólita: Las primeras estaciones del calvario las pintó Gabriel Montoya, pero a poco de adornar las paredes llegó por estos lares un pintor francés al que le propusieron hacer otras estaciones, que terminaron descolgando las de Montoya, y éstas, con el rabo entre las patas y en viacrucis propio, fueron a parar a la capilla del Hospital de San Vicente (según nos han contado).
Sobre el costado norte y a una distancia equivalente o igual a la que hay entre la iglesia y el Café Alemania, estaban los Baños de Oriente. Pertenecían a un señor, es decir, a un mismo señor, como casi todas las casas de Ayacucho, y eran frecuentados por los nuevos pobladores que venían del Oriente, ya que, siguiendo la costumbre de los inmigrantes, la mayoría se asentaba en los arrabales de la ciudad más cercanos al camino de salida hacia sus sitios de origen.
El Café Alemania hasta hace poquito existió, fue toda una institución y durante mucho tiempo el negro José impuso el orden allá. Concurridísimo, en él se reunían las barras de La Toma, Cocohondo, El Hoyo de Misiá Rafaela, El Cuchillón, La Placita de Flórez; y por si poco fuera, también se reunían allí las barras de los equipos de Las Mangas de Los Puerta, del Morro de los Hermanos Cristianos y de Miraflores. Aunque era un buen negocio, cuando su propietario enfermó no quiso dejárselo a nadie: cerró el local y le dio otros usos. La última vez que pasé, me llamó la atención que en el crucero de Ayacucho con Alemania, donde estaba el café hasta el año pasado, había 1.500 personas buscando entrar.
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La Puerta Inglesa, la finca de don Coriolano Amador, "que antes se llamaba Miraflores" y recibió el nombre de Puerta porque cuando el magnate paisa viajó a Inglaterra, ordenó una reja en hierro forjado para ponerla en su finca y, según decía la gente que la conoció, era toda una obra de arte. Muerto don Coriolano empezó la parcelación de Miraflores, la puerta fue quitada y remplazada por otra hecha en Medellín, situada en lo que les tocó a los jesuitas de la repartida; ya en ese momento se había prolongado la calle Ayacucho hacia arriba.
Llamadas Las Mellizas porque fue la primera vía doble que tuvo Medellín, una para subir y otra para bajar. Esto lo hicieron los jesuitas para proveerle frente a su lote y entrada a su Casa de Ejercicios.
. La Casa de Ejercicios era utilizada para gimnasias espirituales, que unos tomaban muy en serio porque era nada más y nada menos que el plan de ejercicios de San Ignacio de Loyola, pero otros aprovechaban el pretexto, los convertían en reunión de amigos y por la noche sacaban de las maletas botellas de licor y se metían a una y otra pieza a divertirse jugando póker bebido. Cuando por fin se iban dormir, salían en silencio y en el oscuro eran tomados por espantos, cosa que convenía mucho a los sacerdotes, así lograban que quienes realmente iban a meditar se concentraran en sus alcobas.
En la parte de atrás quedaba el convento de los jesuitas.
Más atrás, la cancha de fútbol.
La Casa Benco, la de Benjamín Correa, individuo que creo único en su género porque consiguió plata aún dejando casas entre gente pobre. Cuando tuvo mucha, compró esa casa, donde inicialmente trató con un supermercado y un centro comercial, pero como la ciudad no estaba madura para tales avances, quebró. Después de la Casa Benco funcionó en ella un bailadero, que trajo las mejores orquestas y los mejores artistas del continente; sobra decir que este bailadero tuvo un éxito mayúsculo hasta que, aduciendo escándalos, los jesuitas lo hicieron cerrar. El edificio estuvo cerrado por mucho tiempo hasta que Regina Once lo ocupó con su particular templo.
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