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Viviana Palacio es artista plástica
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Cuando veo cómo conviven las marcas de todo tipo en un estilo que supera, y en mucho, la mera suma de ellas, entiendo un poco esa idea de la personalización que irrumpió con la llegada de la cibercultura a las grandes ciudades. En ellas, depósito de neonómadas planetarios, el atavío —linda palabra castiza para definir el traje, el adorno y la forma de llevar— resulta siendo mezcla y yuxtaposición de piezas venidas de viajes por los más recónditos lugares, de la mente y del guardarropa familiar, ese del que puede sacar provecho un buen editor con magia de ritual tribal para encontrar su marca personal.
Vivi, en su estilo global, tiene un acento paisa que otras veces hemos resaltado como el espíritu de Medejean, que figura en la base del estilo relacionado con el jeanswear que tantos años ha producido nuestra ciudad y que pertenece al imaginario globalizado sobre lo americano —léase USA—, pero que ha sufrido modificaciones en su ajuste al cuerpo respondiendo a la intención del joven fashionista, conocedor y a la vez detractor del sistema de la moda. La vaquera dobladita tres cuartos —a la altura de una clásica manga de Chanel, que la impulsó por cómoda para trabajar— solo se logra tras el hábito de unas buenas horas de estudio del arte y la cultura visual, y claro, otras tantas de estilismo frente al espejo, más que con mucha vitrina o revistas de moda por montón. La verdad es que es un espíritu creativo especial, y en estos tiempos el saber hacerte memorable sin recurrir ni a la pornografía ni al disfraz puede ser una parte fundamental de excitar.
Vivi, más sensible a la rica mundialización y con un hippie en el alma, lleva un peinado con trenzas y tejidos que tiene un lejos Frida K. y suma puntos étnicos al pareo, delantal o chiripa —así este sea de tela bien sintética, lagarto de petróleo—, el origen elemental de la forma siempre y sus formas al envolver el cuerpo, como etno lo delatarán. Bien marketinera pero antiglobalización, la cultura americana y sus símbolos han sido remixados por Vivi al llevarlos como souvenirs por el mundo del vaquero y coca cola, y hasta el mismo Nike town. Allí abajo, contra el suelo, unas botas de origen ochentero que ahora se apropian los skaters sirven de soporte a esta flor que decidió marcarse tatuándose en la pantorrilla otra flor.
Como riéndose del mundo en otra versión más de sí misma, Vivi se sonríe y eso en esa cara tan bella es como ver la luz del sol brillar. Sonríe tal vez porque juega a la señora de cartera con su trajecito Chanel y el collar de perlas escrachados por el disfraz de grunge trash.
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