Número 97, junio 2018

Conversaciones en la veredal
Texto y fotografías Andrea Aldana
 

—Andrea, ¿sí me va a acompañar?, ya voy saliendo.
—¡Claro! ¿Es lejos?
—Pues hay que salir de la zona, debemos ir a la vereda, donde están los civiles. Allá está él, me está esperando en la escuelita.
—Bella, yo sé que la pregunta es idiota pero… ¿estás nerviosa?
—¡Uf, mija! Yo no sé ni qué es lo que estoy sintiendo.
—Bueno, calma, que todavía falta, ¿no?
—Míreme las manos, estoy casi temblando.
—¿No sabés dónde ponerlas?
—Uy sí, mija, es que por dentro siento de todo...
Mire, ahí viene la monja que le conté, ella es la que me ayudó a encontrar a mi hijo.
—Yo todavía no lo puedo creer, llevás diez años buscando a tu hijo, ¿de verdad ella lo ubicó en quince días?
—¡En menos de quince días! Ay, mija, yo no sé por qué suceden las cosas así, yo llevaba años buscando al niño y nada. Desde que empezaron los diálogos en La Habana lo empezamos a buscar. El comandante del frente le pasó los datos al gobierno, y nada. Yo le pedí el favor a los del Mecanismo de Monitoreo, y nada; le pedí el favor a varios periodistas, y nada; ¡hasta a la Cruz Roja le pedí el favor de que me ayudaran a ubicar al niño, y nada! Nadie daba con él. Yo pensé que ya no lo iba a encontrar.
—¿Y cómo diste con la monja?
—Pues ella vino un día en una comitiva a visitarnos, a hablar con los guerrilleros, a conocernos.
Cuando la vi, a mí me dio curiosidad, y pues también quise hablar con ella. Me le acerqué y le pregunté de dónde era y resultó que era de la misma zona a la que se llevaron a vivir a mi hijo. Entonces le conté mi historia y le pedí que lo buscara.
—¿Cuándo te separaste de él?
—A los tres meses de nacido.
—¿Y por qué pensabas que el niño seguía allí?
—Porque era mi única esperanza.
—¿Tu única esperanza?
—Sí. Yo no tenía idea de dónde más podría estar el niño. Cuando tenía tres meses se lo entregamos al tío, que era el hermano del papá. El papá también era un guerrillero, era mi compañero, pero como a los dos años se desertó. Él se fue y se llevó todo con él, los teléfonos, los contactos, no me dejó nada y nunca pude volver a ubicar al niño. Pero el tío era de pocos recursos y cuando conocí a la monja de inmediato pensé en que era posible que la familia del niño siguiera viviendo allá.
—¿Y cómo lo ubicó la monja?
—No sé, apenas me va a contar.
—¿Por qué te separaste del niño?
—Porque la guerra es así. Cuando yo quedé embarazada seguí en el campamento, me quedé como hasta los seis meses, pero después el comandante me ubicó en una casita a las orillas del río Sinú. Allá mismo tuve al niño. Los compañeros siempre acampaban cerca y yo me iba con el bebé para allá, pero cuando el niño cumplió tres meses el Ejército empezó a bombardear toda la orilla del río, eso era bomba tras bomba por todo el Sinú. Entonces el comandante me dijo que era mejor pensar en reubicar al niño, que me iba a doler la separación pero que si el niño moría en un bombardeo eso iba a ser más doloroso y ahí sí me iba a destrozar. Ay, mija, y así fue.
El día que entregué a mi hijo sentí que no iba a poder seguir viviendo, estaba sin fuerzas, pálida, que me desmayaba, le dije a los compañeros que no podía seguir. Me tuvieron que esperar sentados en una chalupa mientras yo me sentaba en el piso de una puerta a llorar. Lloré como cuatro horas seguidas.
—¿Y nunca pensaste en dejar a las Farc? ¿Vivir con tu hijo?
—No, no era una opción. Uno entra a la guerrilla por una causa, por un país que quiere cambiar.
¿Qué vida le iba a poder ofrecer a mi hijo en un país así? ¿Qué vida cuando lo único que sabía era combatir? Ay, mija, es que en el campo el país es muy duro, esta es otra Colombia… Además, también estaban los paras, era la época en que los paras asesinaban a todo el mundo, fue cuando masacraron a todos los campesinos que nos colaboraban y todo el mundo sabía que yo era guerrillera. No tenía opción. Si me iba de la guerrilla lo único que tenía seguro era la muerte, los paras me hubieran encontrado ahí mismo. Eso no es vida para un hijo.
—¿Y ahora?
—¿Ahora qué?
—¿Qué va a pasar?
—Yo no sé, yo estoy muy feliz, ahora quiero encontrar la forma de poder ver crecer a mi hijo sin perturbarlo a él o a su nueva familia. ¿Sabe una cosa? La monja me dijo que el niño siempre supo que su mamá estaba en el monte… Once años y siempre lo supo.
—¿Cuántos años tienes en las Farc?
—Más de los que tenía cuando ingresé.
—¿Te arrepientes?
—No. Es la vida y a mí me tocó esta. No me arrepiento, pero a la guerra no volvemos. Aquí nadie quiere matarse, todos queremos vivir. Yo quiero ver a mi hijo crecer. Ayer en la tarde la profe Mafe me decía: “Marce, a vos qué te pasó, vos nunca sonreís y hoy no sos capaz de esconder la sonrisa”. Le conté que por fin había encontrado a mi hijo y se alegró conmigo… Yo solo quiero conservar esa sonrisa.
—¿Has cambiado tu forma de pensar ahora dentro de las Farc?
—No. No la forma de pensar, más bien la forma de hacer la lucha. Y no solo yo, todos. Aquí queremos seguir luchando, solo que ahora es una lucha sin armas.

Zona Veredal Transitoria de Normalización ZVTN, Antioquia

Fotografía Andrea Aldana

Mayo de 2017.


Fotografía Andrea Aldana

Febrero de 2017.

—¿Entonces sentiste rabia cuando ganó el No?
—Rabia no, más bien impotencia. Cuando eso pasó nosotros estábamos en Solano, ¿conoces Solano?
—No.
—Solano es un municipio que queda a orillas del río Caquetá y siempre fue un fuerte de las Farc. Porque hay que reconocerlo, el Estado allá eran ellos, y eso pasaba en varios municipios de este país, no es un secreto. Bueno, cuando ganó el No, fue horrible, todos nos mirábamos asustados, desconcertados, tristes, hasta ganas de llorar daban.
—¿Tristes?
—Sí, y mucha gente llamaba dizque a felicitarnos.
—¿A felicitarlos?
—Sí. Nos decían que como fuerza pública debíamos estar contentos. Nadie sabe qué es una guerra si no la ha vivido. A mí me llamaban y yo casi que insultaba y respondía que no tenían idea de qué era vivir bajo el temor de un ataque, un combate, una pipeta. Pensamos que después de eso la guerra se iba a recrudecer. Y nosotros ahí, en Solano, puro territorio de Farc. No te imaginas cómo se siente cuando se pierde la esperanza.
—¿Y la recuperaron?
—¿Qué?
—La esperanza.
—Uy, sí. Cuando el Congreso refrendó el acuerdo. Te lo juro, casi hicimos fiesta. Pero nos tocaba calladitos, disimular. Este país confunde el no querer morirse en una guerra con ser santista o simpatizante de la guerrilla.
—¿Creíste que la guerrilla iba a cumplir?
—Al principio no. Yo creo que nadie pensaba que el proceso se iba a dar. Pero luego los vimos caminar hacia las zonas veredales. A mí me tocó escoltarlos. Fue impactante ver que eran campesinos; hombres y mujeres
campesinos. Y todavía llevaban fusiles pero no había hostilidad.
—¿Y ahí empezaste a creer en el proceso?
—Sí y no. No fue ahí exactamente, fue cuando llegaron por el río. Eran muchos, y cuando llegaron en sus embarcaciones, el que era el comandante se bajó, se acercó a mí, y yo estaba serio; sosteniéndole la mirada. De pronto se quitó la gorra, me extendió la mano, y me dijo: «Teniente, parecíamos imbéciles matándonos entre nosotros».
—¿Y qué hiciste?
—Le estreché la mano y respondí: «Completamente».

La Guajira UC

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