Número 84, marzo 2017

Microcuentos
José Joaquín Duque M. Ilustración: Tobías Arboleda

EQUILIBRIO
El tipo fuma tanto en la noche como va al gimnasio en el día. Ve porno y lee poesía. Ama a su esposa y a su amante. Bebe licor pero come saludable. Se persigna con la derecha y se masturba con la izquierda. Un tipo contradictorio dicen algunos. Para otros, admirablemente equilibrado.


 
PASTORA

Todo empezó con un granizo en la ventana; Pastora se despertó y escuchó con atención: primero fue el ladrido de un perro entre los relámpagos que iluminaban la pieza; era Danger, el pastor alemán de la finca. Después oyó el relincho de Bonito.
Un gallo cantó tres veces. El viento zarandeaba las ramas de los árboles y silbaba por los labios negros de la tempestad.
Crepitaba leña en la cocina. Un choque de ollas y el olor a aguapanela caliente le endulzaron el corazón. Era su madre, despierta desde tan temprano. Pastora sonrió. Se liberó de la cobija y buscó a tientas, con los pies, las pantuflas en el suelo. Sentada en la cama, hizo una pausa: escuchó rodar los autos en la calle. Reconoció su habitación en el asilo de ancianos. Tomó un vaso de agua del nochero, bostezó, y luego de persignarse, se volvió a acostar.


 
ÁNGELA Y BÁRBARA

Ángela y Bárbara son vecinas, viven en el último piso de un edificio alto en la zona rica de la ciudad. Ángela, según Bárbara, con un esposo alcohólico y dos hijos llorones. Bárbara, asegura Ángela, en unión libre con un viejo mafioso y barrigón. Ángela es elegante, tímida y bien educada, pero... tan feíta la pobre, dice Bárbara, quien tiene el apartamento más grande, el carro más caro, el cuerpo más lindo, pero… dice Ángela, es torpe para hablar, vulgar para vestir, y en general, mañé.
Ambas odian a Penélope Rico, la modelo prepago del 302, y eso, las une tanto, que a veces toman el algo juntas.


 
DIRECCIÓN

La chica está parada en la estación. Llega el metro. Un hombre baja. Camina hacia ella y le pregunta por una dirección. Es cerca, responde la chica. Salen. Entran a la ciudad. Los perdemos de vista.


EL SUBMARINO
Vivo en un submarino estrecho y bajo. Recorro una y otra vez su costillar metálico, sus puertas gruesas. La presión del agua nos quiere aplastar. Los remaches ceden. Cada vez nos hundimos más. Cada vez es más oscuro el panorama en la escotilla. Algún día llegaremos al fondo, dice el capitán.


 
SABIDURÍA

La incisión, profunda. Empieza en el centro de la frente. Pasa entre los ojos, sigue por el tabique y llega hasta la punta de la nariz. Corta en dos partes iguales los labios, el mentón y la garganta. Continúa en línea recta por el pecho, el vientre, hasta el ombligo, el sexo y el ano.
Da la vuelta. Recorre toda la espalda sobre la columna vertebral y parte en dos la cabeza desde el cuello hasta la frente.
El cuerpo, a dos aguas, queda abierto en canal.
Salomón entrega una mitad a cada madre.
Toma asiento. —¡El que sigue! — dice.
En la mesa, al lado de la espada: un racimo color uva de vísceras, de tripas.


 
EL APARTAMENTO

Suena el timbre. Él abre. Es una chica, la saluda y le pide que siga. Conversan sentados en el sofá. Hablan sobre el clima y el tráfico. Toman tinto. Ella, después de un silencio, le pregunta si Hugo está, él responde que cuál Hugo. ¿No viene usted por lo del apartamento…? Disculpe, dice ella y se pone de pie. No deje de verlo, dice él, a lo mejor sabe de alguien que quiera… Ella acepta y lo sigue. Este es mi cuarto y aquí está la biblioteca. Van a la cocina. Recorren los baños y el vestier. Regresan a la sala. ¿Cómo le pareció? Ella reconoce que le gusta, le gusta mucho. Salen al balcón. Allí fuman y toman vino. Antes de irse, ella dice que se queda con el apartamento así como está, con todo, incluido él. Solo voy por mi piyama, agrega.


 
ATROZ

El tipo tiene una pesadilla recurrente: es culpable de un crimen atroz. Escapó a la justicia pero lo siguen. Cada noche están más, más cerca de él.
Un día amanece liberado. Otro crimen atroz: mató a su perseguidor. Tal vez lo descubran luego. Mientras tanto, podrá dormir.


Ilustración: Tobías Arboleda

 
SUDOR

Las puertas se abren en el primer piso. Ella entra. Él le dice buenos días. Luego, el silencio de ambos en el ascensor. La cautela de los números ascendiendo en el tablero. Huele a colonia y a perfume. En el espejo de atrás se ve que él da media vuelta y la abraza por la cintura, que sus manos suben entre la blusa y la besa en el cuello. Que ella le toma la cabeza y acaricia su pelo.
Las puertas se abren en el doce. Bajan. Un hasta luego sin mirarse. El espejo suda.


 
EL MURO

En nuestro pueblo hay un muro y en él un hueco. El muro es alto y largo hasta donde la vista alcanza. No hay más al frente: un muro y un hueco.
Por el hueco salen murmullos y risas. Una lengua o un dedo índice. A veces reconocemos un ojo que nos mira. En las noches vemos luz y huele a humo. Sería fácil tapar el hueco pero no podemos. Él está ahí, como el muro y como nosotros de este lado. El grupo de vigilancia tiene tres turnos diarios. Le tememos especialmente al cañón que se asoma cada tanto y dispara contra nosotros.


 
ÍTACA

No es que ella no quisiera a su esposo. Lo amaba. Y estaba muy contenta de que por fin hubiera regresado. Pero a veces la aburrían sus repetidas historias de la guerra de Troya, de los prodigios de Aquiles. Entonces, evocaba esos tiempos serenos en que solo tejía y destejía, esperando a que volviera.


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