Número 84, marzo 2017

Matar el mono

Notas sobre el consumo de heroína en Medellín

Redacción UC. Fotografía: Juan Fernando Ospina
 
Fotografía: Juan Fernando Ospina

La sociedad de Medellín es contradictoria, oveja de una parroquia a la que todavía se le ven las enaguas y ciudad temeraria, líder en plones, pases, ruedas, pastillas, pipas, cosos, amures, monos y jeringas. La ciudad que más comulga es también la que más drogas consume. El Reporte de Drogas de Colombia 2016 publicado por el Ministerio de Justicia muestra que en Medellín y su Área Metropolitana el 8.2% de los habitantes dicen haber consumido alguna droga ilícita en el último año. Más del doble del promedio nacional que llega al 3.6%, una cifra muy cercana al índice de consumo de Bogotá, mientras Cali marca el 4.7% y en la Costa Atlántica ninguna ciudad llega al 2%. Quindío y Risaralda escoltan a Medellín con números casi 2 puntos por debajo. Si hablamos de abuso o dependencia de sustancias, para 2013 Medellín estaba en el 4.8% frente al 2,08 de la media nacional.

El mayor consumo no implica necesariamente una mejor comprensión del fenómeno ni acciones más pertinentes ni más prevención. Entre nosotros se piensa todavía que las drogas ilícitas son cosas de ilegales y que el Estado no tiene opciones muy distintas a la lección de hecho para los consumidores y la vacuna oficial para los jíbaros. Cuando se menciona la palabra heroína los tabúes y los temores crecen, se baja la voz, se cierra la puerta, se mira con el mismo ojo torvo por parte de pillos y policías. Pero la realidad está ahí, oculta en los baños públicos, en los carros parqueados, en “el aeropuerto” de la Universidad de Antioquia, en Ciudad del Río, en las orillas del Atanasio, en los alrededores de Bellas Artes y el Paraninfo. Una realidad temerosa, siempre a la defensiva, consciente de su pecado mortal; una pequeña tribu que se junta para sobrevivir, sumar unos billetes y hacer una llamada, y casi siempre se dispersa para consumir en una guarida solitaria, en una yunta para que uno anude y el otro pinche.

Medellín es también la ciudad colombiana con más consumidores de heroína. Una población ponderada de 3548 que se inyecta la droga según el estudio La heroína en Colombia, producción, uso e impacto en la salud pública - Análisis de la evidencia y recomendaciones de política, publicado en 2014 por el CES. Una red más amplia de venta y consumo en la ciudad muestra un número mayor de consumidores que en Cali (3501), Pereira (2442), Cúcuta (2006), Armenia (1850) y Bogotá (1546). Pero al mismo tiempo es la ciudad más hostil a los consumidores y más reacia y conservadora respecto a las políticas de reducción del daño y a un cambio de enfoque desde la política carcelaria hacia el tratamiento del problema como un asunto de salud pública. Medellín es una muestra perfecta de que las políticas de matoneo por parte de “convivires”, al estilo del presidente Duterte en Filipinas, e indiferencia y código penal por parte de la administración, no solo no disminuyen el consumo sino que alientan la violencia.

No importa que la política oficial del país diga en su último informe de drogas que es hora de pensar en la protección de la salud y los derechos humanos a la hora de tratar el consumo, y que lo defina como “una conducta que pueden o no realizar las personas en el marco de sus derechos y libertades. Por lo que debe buscarse reducir el estigma y la discriminación que surge al valorar a quienes consumen drogas como ‘viciosos’, ‘delincuentes’ o ‘enfermos’ y, en cambio, se reconozcan como sujetos de derechos”. Casi siempre esas declaraciones de principios llegan hasta los discursos en escenarios internacionales y las acciones aisladas de algunos funcionarios locales con ideas y agallas.

En Colombia las acciones para reducción de riesgos y mitigación de daños para los consumidores de heroína comenzaron en Pereira en 2014, con apoyo de la Secretaría de Salud y la Corporación Acción Técnica Social (ATS) que lleva más de diez años en un activismo por otras miradas y soluciones frente al tema del consumo. Luego se sumaron Cali y Cúcuta con la idea de prevenir el contagio de VIH, hepatitis B y C y otras enfermedades infecciosas entre los consumidores. Medellín, innovadora como siempre, no se anima aún a emprender políticas que llevan cerca de cuarenta años de implementación en Europa.

Tal vez las luces que entrega el reciente estudio realizado por ATS, Evaluación rápida para la caracterización y evaluación de necesidades en personas que usan y se inyectan heroína en Medellín, sirvan para que la ciudad enfrente el problema con más inteligencia, menos rabia y menos temor. Para el estudio los investigadores de ATS hablaron con 58 consumidores de heroína y otras fuentes, e identificaron recorridos, perfil de consumidores, patrones de mercado, usos y riesgos. Los testimonios son la mejor forma de dar una mirada cierta sobre ese enjambre velado.


Viaje Inicial

“Él me dio un pase y entonces yo me sentí todo relajado, y yo me quité las gafas y le dije: ¿Ey C. qué es esto?, porque el perico a uno lo altera no lo relaja como esto. Dizque: Ah, eso es heroína. ¿Cómo, usted por qué no me dice qué es eso? Dizque: Ah, pero ¿no le gustó, no se siente bien?, y yo, sí pero ¿cómo no me dice que es heroína parce? Entonces él me hizo eso porque otro amigo de él también se lo hizo…”.

“Para mí la heroína era algo de película de Estados Unidos, algo que acá no se veía. Yo iba mucho a la Universidad de Antioquia, al aeropuerto, cuando no ponían tanto problema, y yo consumía y alguien estaba repartiendo el pase de heroína, y dijo que era heroína, pero yo no escuché en ese momento que era heroína, cuando me di el pase yo ahí mismo dije, huy qué perico más raro, resulta que no era perico”.

Muchos de los consumidores de heroína empiezan inhalando, incluso la fuman. Más o menos al año o año y medio se atreven a inyectarse, casi siempre con la ayuda de un compinche y llevados por la curiosidad y la necesidad de un efecto más fuerte.


La Enfermedad

“Tengo 34 años, soy de aquí de Medellín, la probé en diciembre del 2000. Y no sabía que tenía efectos secundarios tan severos, la consumí por curiosidad y por buscar nuevas sensaciones, y después no sabía que tenía efectos secundarios tan devastadores…”.

“En el caso mío a mí me dieron heroína sin decirme que enfermaba. Cierto día yo amanecí con unos síntomas, con escalofrío, con dolor en los huesos… La respuesta de él fue que ya me iba a empezar a dar el mono. Y yo, ¿ah, qué es el mono?, que el síndrome de abstinencia, que diarrea, entonces me explicó. Automáticamente él me dio el pase y a mí se me quitó todo eso. Entonces empecé a entender que cuando llevaba cierto período sin consumirla me enfermaba”.

“...Eso es dependiendo del dinero y el punto y como esté usted, porque si usted está muy enfermo, la enfermedad no respeta y el mono como se dice no respeta. Y usted se inyecta donde sea, pero si usted tiene plata para pagar el baño, usted paga el baño o se lo pega en la casa encerrado, es dependiendo de la situación”.


En la mira

“Lastimosamente acá hay convivires en Medellín y donde un convivir te vea inyectándote, te coge y no importa que seas una mujer, te coge y te vuelve mierda, ah, te vas de acá malparida a chutarte en otro lado, hasta uno puede estar haciéndola y si se le parte una jeringa dentro de la vena, eso es una cosa impresionante, o también llegan los policías y le quitan a uno eso”.

“Si usted se queda dormido, si no le dan un puntazo (de navaja), le dan un pipisazo (lo orinan encima), y la pela que le dan es horrenda”.

“No, es que sinceramente yo compro y me voy para mi casa, yo no me quedo en el Centro. A mí ya me trataron de matar una vez aquí y papaya ya no doy más”.

“En el Barrio Antioquia lo que pasa es que hay un grupo que quedó, porque eran muchos sino que a muchos los mataron. Hubo una limpieza de heroínos hace algunos años y mataron varios. En este momento hay siete personas que consumimos heroína en el Barrio que tenemos por ahí tres puntos de luz verde para consumir”.

“Donde usted saque una jeringa en Cristo Rey, le sacan un fierro”.

 

Señales Particulares

La edad promedio de los consumidores en Medellín es de 25 años. Muchos de ellos son trabajadores informales, venteros que viven conspirando, según sus palabras, y roban cuando el mono acosa, habitantes de calle y jibaros menores. También hay estudiantes universitarios, profesionales, obreros.

“La mayoría que viene acá, como le decía yo, son como indigentes… son como ojerosos, son demasiado flacos, se les nota la parte donde se inyectan, esa parte es como morada, hay otros que se la inyectan en el pie y también se nota”. (Entrevista a encargada de baños en San Antonio)

“En Ciudad de Río también se ve mucho eso. Hay un gremio de heroínos que somos más bien de la calle o de barrio, y hay otro gremio de heroínos que se chutan en el carro, o en su casa o en el apartamento, tienen la capacidad económica”.

“Llevo nueve años consumiendo heroína, empecé inhalando, ahora ya inyectándomela. También era o soy oficial de armazón, y debido a la droga… Tengo dos hijos, perdí el hogar, la mujer, me tuve que ir del barrio, ahora estoy habitante de calle, también me la consigo así pidiendo, si toca robar se roba”.


Mercar

La menor de las dosis, “la felpa”, vale seis mil pesos; “una recarga” se consigue por diez mil; “una garrafa”, equivalente a un gramo, se consigue por 35 mil. La venta es siempre por teléfono, con el dealer de confianza. Para entrar al círculo hay que llegar recomendado.

“Por ejemplo la café es de tal dealer, la blanca es del otro, y entonces sabemos que la café puede coger más, o pica mucho, o quema el cuerpo por dentro, y la blanca es más translúcida y también pica pero a veces mucho, a veces lo pone a uno muy rojo”.

“Esto no se lo desea uno a nadie, porque esto es tener como un cáncer, porque si usted no tiene, roba, roba hasta la mamá, hace de todo. No es como la ansiedad del perico o la marihuana, que si usted no consume, no le pasa nada. Esto, esto avemaría, se pone uno más feliz cuando ve al jíbaro que a la mamá”.

“Conseguir la heroína es difícil, porque no es cualquier droga, le toca esperar. Le toca esperar a que el man se le dé la gana de venir. O si se demora o se demora poquito, media hora, una hora, toca esperar. Es que son muy pocas las personas que venden para la cantidad de consumidores que hay y no hay una plaza fija”.

La alcaldía de Medellín debe dejar de pensar en las series de narcos y las visitas a la tumba de Escobar. Los problemas de drogas están fuera de la pantalla. Se necesita más realismo que indignación, menos atención a los guiones y más a los testimonios de los adictos. UC

 
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