Número 83, febrero 2017

CAÍDO DEL ZARZO
TALKING ON MOVIES
Elkin Obregón S.

 
El cine de género ha existido desde siempre, y en muchos casos sigue vigente. En otros no, porque hemos perdido la inocencia frente a la pantalla. Algunos géneros: el de aventuras, el de vaqueros, el de capa y espada, el de suspenso, el musical, el de terror, el melodrama.

Subsiste el de suspenso, con productos desiguales; hace poco vi La chica del tren, que me habían vendido como un eco de Hitchcock; pero ni sombra del maestro. En cuanto al musical, acabo de ver el muy promocionado La la land, y, contra todo pronóstico, me gustó mucho; buenos y pocos bailes, lindas canciones, gran respeto del director al espíritu de antaño; además, valor agregado, una soberbia actuación de Emma Stone, actriz destinada a andar por buenos pasos.

Claro que resulta imposible exhumar a un Fred Astaire o a un Gene Kelly, los dos grandes íconos del género, tan insuperables, tan distintos. Astaire más grácil, si cabe la expresión, Kelly más atlético, si la expresión cabe. Kelly era además director, y tal vez esto le facilitó tener como partenaires a Debbie Reynolds, a la adorable francesita Leslie Caron, y a ese asombro llamado Cyd Charisse, la danza hecha mujer. Me atrevo a recomendar una película suya (codirigida, como otras, por Stanley Donen), Siempre hay un día feliz. No se la menciona mucho cuando se habla de los grandes musicales, pero es, en mi opinión, uno de los mejores; no solo cumple con sobra de méritos lo que se espera de ese tipo de filmes, sino que narra una historia válida por sí misma para atraparnos, aunque no estuvieran en ella las magias de la Charisse. No salgo del teatro sin evocar a un Fred Astaire octogenario, que, en Finian’s rainbow, de Copola, nos regala un auténtico canto del cisne, para mí lo más recordable de esa película farragosa.

Ahora, el cine de aventuras, pieza ya de museo. No hay que creerle demasiado al oportunista Spielberg, quien, con el pretexto de revivirlo, lo parodia. Indiana Jones no dista mucho de Sábados Felices. Para este escriba (no viví las proezas mudas de Douglas Fairbanks), su mejor oficiante es Errol Flynn, que fue filibustero, espadachín, legionario, boxeador y, por sobre todo, fue Robin Hood. Vi esa película en mi infancia, y representó para mí la aventura por excelencia. Pasados los años volví a verla, con el lógico temor de perder aquella magia. La perdí, claro, pero en compensación hallé en ese filme, dirigido por Michael Curtiz, un relato sin fisuras ni puntos muertos, un magistral trabajo narrativo. Metiéndome en terrenos vedados, creo que sería un magnífico tema de estudio en las escuelas de cine. Recuérdese además que a Curtiz se debe también Casablanca, y eso lo dice todo.

Y es hora de darle fin a esta tertulia, tan caótica como insulsa. Quede para otra ocasión hablar del wéstern, si nos dejan.

 

Elkin Obregon

 
 
 
CODA

En un librito, casi un folleto, que supongo de mínimo tiraje, Zoraida Gaviria revive la casa que fue de su hermano, el poeta Pacho Gaviria. De hecho, el libro se llama La casa de Pacho poeta, y consta de dibujos digitales que recrean los espacios de esa vivienda. Las pinturas de Zoraida (porque pinturas son) tienen un poder evocador que conmueve. Al menos para mí, que también habité esa casa, y vuelvo a encontrarla gracias a esas imágenes. Ahora sí, telón. UC

 
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