Número 80, octubre 2016

Jurado de Mesa
Sebastián Sánchez Martínez. Ilustración: Alejandra Congote

Hace exactamente dos meses que llegué a Ciudad de México. Vine a terminar una tesis, a dejar de comer fríjoles y a andar la calle. No pensé que me fuera a agarrar acá una coyuntura electoral. La Registraduría no abrió inscripción de cédulas y ser jurado era la única forma de votar. No sé de dónde me salieron esas ganas de votar pero por más que me las aguanté sentí que, en este caso, la abstención no sería un gesto contestatario contra el sistema corrupto sino una traición a mí mismo. Hice campaña: en una especie de diálogo interno, me convencí primero de votar y luego de votar Sí. Y me ofrecí de voluntario como jurado en el consulado colombiano en México. Esa mañana había esperanza. Una esperanza que me hacía sentir como un pobre güevón, pero esperanza al fin y al cabo.

En medio de un ambiente esperanzador, ser jurado es hasta bacano si las compañeras de mesa comparten tu intención de voto. En cada una de las diez mesas instaladas en el consulado en Ciudad de México (el único sitio habilitado para votar en todo el país, además de una única mesa en el consulado en Monterrey) debía haber cuatro jurados: un presidente principal y uno suplente y un par de vicepresidentes. En mi mesa faltó el presidente principal, así que solo éramos tres, todos voluntarios: Fernanda, Ángela Camila y yo.

Fernanda estudia un doctorado en Historia. Vive en el sur de la ciudad y decidió dormir en la casa de su novio, que vive en el centro, para no tener que madrugar tanto. En Ciudad de México, en esta época del año la luz sale como a las 7:15 y la hora de llegada al consulado era las 7:30. El consulado queda en Reforma 379, a unos metros de El Ángel de la Independencia. Fernanda es de Bogotá, tiene 28 años y reportaba un fuerte optimismo, compartido por sus padres, frente a la victoria del Sí.

Ángela Camila estudia Relaciones Internacionales. Tiene 19 años y está en un intercambio en una universidad en Puebla. Desde el viernes, el día de la capacitación de los jurados, vino a quedarse en un hotel para poder votar, y aprovechó para ir a un concierto de Roger Waters que hubo la noche anterior: reportó que cayó un aguacero y que había mucha gente, pero que valió la pena. Puebla queda como a dos horas y media, y apenas se acabó el escrutinio Ángela Camila tuvo que salir volada para el terminal para no llegar muy tarde a retomar sus obligaciones. Eso es tener muchas ganas de votar.

El cónsul nos garantizó una pizza con gaseosa para aguantar la jornada, y cada vez que podía se dirigía a las muchachas como “bizcocho” o “mi vida”. Muchachas que trabajaban con él, por supuesto, no las muchachas jurado, a las que siempre trató con la mayor circunspección. Hubo desmanes en el recinto que el cónsul no pudo evitar, y que paso a reportar.

La primera es la del corredor. En Re- forma se hace una ciclovía los domingos. La gente camina, trota, patina, monta en bicicleta. Supongo que muchos colombianos que querían votar aprovecharon para llegar por la ciclovía. Uno de ellos, deportista, corredor, subió rapidito a votar en una mesa cercana a la nuestra. La democracia no le iba a entorpecer el trote, así que hizo todo sin enfriarse. Con el distintivo atuendo fosforescente del deportista de hoy, el hijo de vecino entró al consulado, presentó su cédula, marcó el voto, lo depositó en la urna, recibió el certificado y, sin dejar de trotar, sacó, contestatario, el celular, y se fue tomando la selfi poselectoral en la mitad del recinto. No hubo tiempo para la represión.

La segunda es la de la señora conmovida. Aparte de una morenaza que llegó con atuendo jipi y baile de Moisés Angulo a “votaaar”, hubo muchas señoras peculiares que tuvimos que atender con Fernanda y Ángela Camila. En nuestra mesa solo votaban mujeres. Advertidos de lo irregular de la selfi poselectoral, cada vez que podíamos les informábamos a las votantes que no podían tomar fotos. Con una de ellas fuimos incapaces. La señora hizo todo el ejercicio electoral, y al momento de recibir su certificado, toda temblorosa, con la voz quebrada, ya con el celular en modo cámara, nos dijo que había que registrar ese momento tan importante de su vida y le tomó foto al certificado ahí frente a nosotros, la autoridad, que en este caso prefirió el respeto al sentimiento que la represión.

Al final de la jornada, de las 450 mujeres habilitadas para votar en mi mesa votaron 144: 90 de ellas (62,5%) por el Sí y 54 (38,5%) por el No. No hubo votos nulos ni tarjetones no marcados. Tampoco en todo México, según informó la Registraduría.

 

Ilustración: Alejandra Congote

Ya sabemos que otra cosa pasó en Colombia: si uno cogiera la cantidad de votos nulos o de tarjetones en blanco, podría superar el estrechísimo margen de victoria del No.

En el consulado decidieron que la noticia nos la iba a dar Yamid Amat: “Cuando son las 4 y 53 de la tarde CM& les anuncia: ganó el No hoy en Colombia. Esto es irreversible”. Esa fue su lectura, correcta, del boletín nueve de la Registraduría. La noticia de la victoria del No nos hizo sentir lo que siente uno cuando se manda la mano al bolsillo y no encuentra el celular o las llaves de la casa. Se nos dañó la borrachera de por la noche, que teníamos acordada aunque nada más estuviera acordado. Me terminé uniendo a un grupo de colombianos en El Ángel de la Independencia. Como estaba haciendo mucho sol cuando salí de cumplir mis deberes, ellos estaban en la sombra, por el lado de los pedestales de La Justicia y La Ley. Al principio no los logré ver, porque al salir del consulado y tomar hacia El Ángel lo primero que uno ve, y lo que a esa hora recibe todo el sol, son los pedestales de La Guerra, apuntando al sur poniente, y La Paz, apuntando al suroriente.

No hubo fiesta. Terminamos con el desconcierto viviendo en el lamentable país de la media caña, mientras el ruido de fondo era cualquier palazo de ciego que estuviera mandan- do Andrés Pastrana por CNN, recordándonos de súbito que estábamos más sobrios que un putas. Que había que aterrizar y volver a la oficina a hacer papeleos, al escritorio a terminar la tesis, a la casa a lavar la ropa, a leer el primer canto del Purgatorio de Dante para la tarea y a la sensatez anarquista desesperanzada de que la acción individual es la única realmente transformadora en el reino del tedio cotidiano.

En la mañana de la elección, marchas. Se cumplían 48 años de Tlatelolco, cuando la Changa Díaz Ordaz y sus milicos emboscaron, torturaron, rafaguiaron y destazaron a cientos de estudiantes, no se sabe cuántos. El conductor del carro que me llevó al consulado en la mañana me dijo que cuidado, que había mucho vandalismo por las protestas de Tlatelolco, que en verdad él no entendía por qué salían a robar SevenElevens por algo que pasó hace tanto. Un profesor de Fernanda, historiador ya entrado en años, pasó a saludarla y a concertar un encuentro para trabajar en algo de la tesis de ella. Al despedirse, el señor empuñó una mano a la altura del pecho, discreto, y dijo: “Verdad que hoy es Tlatelolco. Algo de la marcha se formará camino al Zócalo. Ojalá no haya mucho trancón. Pero bueno, sin olvido. El 2 de octubre no se olvida”. UC

 
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