Número 80, octubre 2016

¿Bad Periodismo?
Edwin Ramiro Giraldo Ruiz. Ilustraciones: Juan Fernando Ospina

En la noche del 2 diciembre del 2015, en un granero de Manassas, ciudad de cuarenta mil habitantes en el estado de Virginia, los animales y las cosechas fueron apartados para darle espacio al gran fenómeno político de Estados Unidos: Donald John Trump. Hasta ese lugar, al lado de una carretera entre paisajes abiertos, granjas y suburbios, llegué para conocer por primera vez a los seguidores del polémico empresario de Nueva York. Fue uno de los primeros mítines en los cuales Trump apareció protegido por agentes del Servicio Secreto, privilegio que obtuvo después de consolidar por meses su ventaja en las encuestas. Esto le dio un tinte de credibilidad a sus visitas en la América profunda, tan poco acostumbrada a las caravanas de limusinas, policías, sirenas incandescentes y periodistas.

Al escenario le cabían unas quinientas personas. Era tan grande como una cancha de baloncesto. La mayor parte del recinto estaba destinado para seguidores de Trump. Y para nosotros, la prensa, había un espacio de unos diez metros cuadrados con separadores y una tarima para cámaras de televisión. Éramos un rebaño de reporteros de todo el mundo, ávidos por escuchar un nuevo discurso en el horario estelar de la televisión estadounidense. Esta multitud en Manassas podría ser un pequeño retrato de los grupos electorales que aplauden las diatribas del candidato republicano, según estudios demográficos sobre sus seguidores. La mayoría eran hombres blancos, de clase media, empleados, según contaron. También había algunas mujeres y muy pocos latinos. Ni un solo negro. Me le acerqué a un hombre de unos cuarenta años, ojos azules, de simpático semblante.

—Hola, ¿me diría usted por qué vino a ver a Donald Trump?
—Porque es un respiro de aire fresco —respondió con energía y convicción—. Trump es lo que necesita Estados Unidos Estoy cansado de los políticos de siempre, que nunca logran nada y todo lo que hacen es recibir dinero de los lobistas. No hacen ni mierda por los estadounidenses.

—¿Está de acuerdo con la propuesta de cerrar la frontera con México? —Sí, porque eso es lo que nos hace una nación, un Estado, un condado. Es una frontera y no es tan complejo ¿Qué es lo malo? Los inmigrantes tienen que respetar las reglas. México, incluso, tiene leyes migratorias más rígidas que las nuestras. Entonces, ¿por qué no adoptamos las leyes mexicanas?.

Después hablé con una mujer que sumaba un poco más de años.—Hola señora. Tengo la impresión de que usted apoya a Donald Trump. ¿Me diría por qué?

—Mi esposo se jubiló en las Fuerzas Militares. Lo apoyo por asuntos relacionados con esto, y por propuestas que hace sobre economía.

Hoy, en la víspera de la elección final, recuerdo mucho aquella noche en Manassas, pues en cada rincón del país que visité para seguir este proceso electoral, encontré presente la misma narrativa entre los votantes de Trump.

Durante el lanzamiento de su campaña, en junio del 2015, Trump prometió construir un muro en la frontera con México. Estas palabras fueron solo un párrafo dentro de su extenso discurso, pero en segundos aparecieron en la primera página de los principales medios de comunicación, era tendencia en redes sociales, un lío diplomático con el país vecino, y luego, el tema más llamativo de la campaña.

En una contienda que se pronosticaba aburrida, con dieciséis candidatos republicanos en las elecciones primarias, los comentarios de Trump se mantuvieron en el tope de la opinión pública, mientras sus registros en encuestas permanecían sólidos, intactos. Pidió prohibir la entrada de musulmanes al país, implementar deportaciones masivas, se burló de las discapacidades físicas de un reportero y dijo que Barack Obama y Hillary Clinton eran los fundadores del Estado Islámico. Todas y cada de estas afirmaciones fueron reportadas con un despliegue tal, que no solo Estados Unidos, sino el mundo, terminó hablando en una especia de reality show al rededor empresario de televisión y bienes raíces.

Al mismo tiempo comenzó entre algunos sectores de la opinión pública un debate sobre el papel del periodismo en esta campaña. Y creo que, independiente del resultado del 8 de noviembre, esta será una larga y necesaria tarea para esta industria tan renuente a la autocrítica.

Thomas E. Patterson, de la Escuela de Gobierno de Harvard, publicó en junio un crítico estudio sobre el cubrimiento de esta campaña presidencial, y trae a colación el concepto de “elecciones primarias invisibles”. Se trata del inicio de la contienda, en el cual se enfrentan muchos candidatos para obtener la nominación del partido que les permite participar en los comicios generales. Debido a la abundancia de nombres y propuestas, todos quieren dominar el debate público y por ello lanzan ambiciosas estrategias mediáticas. También gastan millones de dólares en propaganda política, especialmente en televisión. Sin embargo, son los periodistas quienes eligen qué, cómo y a quién se debe cubrir. En este momento es cuando se compite en las primarias invisibles. Los candidatos se disputan, más que el favor de los ciudadanos, la atención de la prensa.

Patterson utiliza el concepto del filósofo francés Jean-François Lyotard sobre las “metanarrativas”. Se trata de discursos asumidos como totalidad, en los que se asume una comprensión absoluta de los hechos. Es como la creación de un estado de opinión pública colectiva que una vez instaurada es muy difícil de cambiar.

El término fue traído al periodismo político por los reporteros estadounidenses Bill Kovach y Tom Rosenstiel durante la campaña presidencial del 2000 para criticar el relato creado al rededor de George W. Bush y Al Gore, cuando los titulares ofrecían frases como “Bush el imbécil” y “Gore el mentiroso”. En un proceso tan controversial, fue muy difícil liberar a la prensa de estas disputas para concentrarse en los temas importantes.

Ilustraciones: Juan Fernando Ospina

 

Ilustraciones: Juan Fernando Ospina

Según este argumento, “una vez se instala una metanarrativa, para los periodistas es difícil argumentar lo contrario; e incluso, caer en el desarrollo trivial de historias que se alinean con el estereotipo”.

En el 2008, por ejemplo, muchos periodistas asumieron de forma temprana la idea de que Barack Obama representaba la esperanza y el cambio, y que podría defender esa idea gracias a su carisma y habilidad para comunicarse. Esta idea, según Patterson, se sostuvo hasta la victoria aquella noche del 4 de noviembre, cuando derrotó al héroe de guerra republicano John McCain.

En el 2016, la prensa entró en una compleja metanarrativa. En las elecciones primarias, se adoptó la idea de que un outsider de Washington, más cercano a la farándula que a la política, ponía a temblar al establecimiento republicano. Y así fue hasta su victoria en las elecciones primarias. Aunque son muchos los factores que hicieron posible el fenómeno Trump, sin duda su protagonismo mediático lo ayudó a catapultarse. Según un estudio en The New York Times publicado en mayo, el valor económico de su tiempo de exposición en medios superaba los dos mil millones de dólares. Esto convierte su campaña en una de las más rentables de la historia reciente, pues solo había gastado diez millones de dólares en propaganda, sin ni siquiera contratar personal para trabajo sobre el terreno en los cincuenta Estados. De hecho, casi todo el tiempo su equipo de trabajo se ha reducido a menos de cien personas.

También pienso mucho en el planteamiento de Marc Bassets, de El País de España, quien ha viajado todo el año contando las campañas de Trump y Clinton. Bassets trae a colación la denominada “falsa equivalencia”, que consiste en la degeneración del sano principio periodístico de balancear una historia con la voz de todos los personajes implicados. “El problema llega cuando la voluntad de reflejar la pluralidad no acerca al lector a la verdad sino que lo aleja”.

Cuando Trump, por ejemplo, dijo que el presidente Barack Obama no había nacido en Estados Unidos, se planteó un debate con defensores y detractores de esta idea. Esto puso en un mismo plano una verdad y una mentira, siendo tan obvio cuál era el sitio de nacimiento del mandatario estadounidense. “Los hechos se ocultan tras una nebulosa de puntos de vista. La verdad y la mentira valen lo mismo”.

Por ejemplo, la cadena CNN, le paga a Cory Lewandosky, antiguo jefe de campaña de Trump, para que participe como analista. Lewandosky, fiel a su antiguo jefe, y respetuoso de una cláusula que le impide hablar sobre la intimidad de la estrategia republicana, ha defendido la idea de que Obama no nació en Estados Unidos ¿Vale la pena balancear el debate con este tipo de opiniones? ¿Deben los medios adoptar una postura crítica siempre? Aunque la respuesta suena fácil si uno se ciñe a los libros y las conferencias universitarias, la verdad es que esto es un tema de rating.

El show de Trump ha producido un enorme bálsamo de audiencia para los medios en plena crisis económica y de influencia, donde las portadas y los editoriales de los medios tradicionales ya no dirigen la opinión pública, y les toca viajar hasta las redes sociales para cortejar audiencias cada vez más tendientes a encerrarse en las burbujas ideológicas que se forman en la web.

Una de las frases más interesantes sobre este tema la entregó en febrero el presidente de la cadena CBS, Les Moonves, durante una conferencia en San Francisco. El fenómeno Trump “quizá no es bueno para América, pero es endemoniadamente bueno para la CBS”, destacando las positivas ganancias económicas por los anunciantes que, según él mismo, se enfocan más en los debates y las polémicas que en los asuntos políticos.

Por supuesto hay que tener en cuenta cómo los dos grandes diarios del país, The Washington Post y The New York Times, han liderado una serie de investigaciones sobre el pasado oscuro de Trump, lo cual ha permeado la parte final de la campaña, produciendo una diferencia cada vez más grande a favor de Hillary Clinton. Evasión fiscal, maltrato a mujeres, relaciones del círculo cercano de Trump con el gobierno de Rusia, son algunos de los contenidos más relevantes. Sin embargo, todos estos hechos sucedieron hace décadas, y por eso no tengo respuesta para una pregunta que me hacen con frecuencia: ¿Por qué todas estas investigaciones apenas aparecen hoy, cuando falta tan poco para las elecciones generales?

Mientras pasan los años, y a lo mejor se aclaran estas dudas, pienso que es urgente un acto de contrición en el periodismo, cada vez más esclavo del rating por cuestiones de ego o espíritu de supervivencia. No solo pudimos haber contribuido a crear un personaje grotesco con posibilidades de liderar el hemisferio occidental, sino que diariamente alimentamos ideales colectivos contradictorios. Mientras los medios se concentran en las masacres del Estado Islámico, que ha matado a menos de cincuenta estadounidenses, ignoran que la violencia dentro del país dejó 15696 personas asesinadas en el 2015, según el FBI. Mientras el tema de campaña en el 2016 ha sido la credibilidad de Trump y Clinton, jóvenes estudiantes hipotecan sus vidas para estudiar una maestría, la salud sigue siendo un privilegio a pesar de la Reforma Sanitaria, millones de trabajadores necesitan adaptarse a los cambios del mercado laboral, las tasas de impuestos son criticadas con la clase media, quince millones de inmigrantes viven de forma ilegal...

Gallup, en una encuesta difundida el pasado verano, ubica a los medios de comunicación estadounidenses dentro de las tres instituciones que menos confianza generan, al lado del Congreso y las grandes corporaciones. La probable derrota de Trump el próximo 8 de noviembre, no debe distraer a la prensa de este necesario acto de autocrítica. El singular empresario no es el único payaso. UC

 
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