Número 73, febrero 2016
CAÍDO DEL ZARZO
 
CHICO Y OTROS MIEDOS
Elkin Obregón S.

 
Me llama desde São Paulo mi amiga Annabel, y promete enviarme un documental recién estrenado allá sobre Chico Buarque que le encantó. La promesa revivió mi vieja admiración por este hombre múltiple al que fui degustando, sin pausa ni prisa, en los lejanísimos tiempos en que la prensa paulista celebró sus treinta años de vida, proclamándolo, desde entonces, uno de la brasileros más ilustres. Chico era ya el autor de La banda, de Roda viva, de Carolina, de ese ejercicio insólito para la música popular que es Construcción (La banda inspiró un poema de Carlos Drummond de Andrade, Construcción un ensayo del gran crítico Ángel Rama).

Incursionó después en el teatro, con tragicomedias escritas y musicalizadas por él —musicales tragicómicos, podría decirse—, de magnífica factura y buen éxito de público; una de ellas, Calabar, fue proscrita mucho tiempo de los escenarios, pues la dictadura creía ver en ella —y creía bien— una alusión velada a sus propios crímenes, disfrazada de episodio histórico. La última, Opera do malandro, fue llevada al cine; vi las dos versiones y, doy fe, es mejor la obra que la película. En los últimos años se ha dedicado a escribir novelas, y las cinco o seis que lleva publicadas son, en mi modesta opinión, obras maestras. Quisiera explayarme más en eso, pero el espacio apremia.

Muchos años después, estando este servidor de vacaciones en São Paulo, leí en la prensa que Chico estaba en la ciudad, y se alojaba en el Hotel XX, un imponente cinco estrellas, situado a tres cuadras de mi apartamento. Me armé de valor y decidí ir a entrevistarlo; el valor me duró hasta entrar al inmenso hall, atiborrado de viajeros, visitantes, maletas, altavoces y periodistas. El pánico me paralizó, y volví a mi casa con el rabo entre las piernas.

Epílogo: pasados los años, vino a servirme de consuelo el mismísimo Orson Welles, quien evoca en una entrevista el día en que, de paso por Rungsted, Dinamarca, se animó a visitar a Isak Dinesen (nombre civil Karen Blixen), por la que sentía una profunda admiración. A mitad del trayecto sintió una invencible timidez, dio media vuelta y regresó a su hotel. Nunca logró hablarle, pero esto no le impidió filmar, para la T.V. francesa, Una historia inmortal, basada en un relato de la Dinesen; la película, de no más de una hora, es una pequeña joya del cine, una especie de testamento del gran Orson. Final feliz.

 

Elkin Obregon

  
 
CODA

Salvo una columna de su sobrino Pascual en El Espectador, la prensa ignoró por completo la muerte de Jesús “Pacho” Gaviria. En sus buenos tiempos, con Elkin Restrepo, José Manuel Arango, Víctor Gaviria y algún otro, Pacho fue uno de los fundadores de Acuarimántima, esa pequeña revista de escaso tiraje y discreto aspecto que hoy es un tesoro de coleccionistas. Aunque pocos lo recuerdan, Pacho fue un magnífico poeta. No publicó muchos libros, pero todos son excelentes. Alguna editorial debería pensar en reeditarlos, por ejemplo la de Eafit, donde Pacho trabajó como editor de libros de arte. Los que lo conocimos sabemos que le gustaba mucho leer, conversar y tomar trago. Un poeta de los de antes.UC

 
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