Número 72, diciembre 2015
CAÍDO DEL ZARZO
 
NAVIDAD BLANCA
 
Elkin Obregón S.

El carruaje había rebasado ya sus fronteras naturales, y volaba raudo hacia regiones incógnitas. Pero Santa no cuestionaba nunca los designios del Gran Jefe. Con una fe libre de objeciones, aceptaba sin chistar sus divinos mandatos. Sabía que Él no puede equivocarse.

Tras apearse del trineo, se vio en un paisaje cercado de cocoteros altos y matas de plátanos. Era noche cerrada, la luna reinaba en el cielo; hacía una brisa suave, y el mar lamía una playa de arena interminable. Aparte el romper de las olas, el silencio era profundo; si acaso, de pronto, el canto de un alcaraván.

No le sorprendió la súbita aparición del niño, pues la esperaba. No contaría más de siete años, tal vez menos. Surgió de entre las sombras, y sus grandes ojos, muy abiertos, contemplaron con asombro al anciano; pero había más que asombro en aquella mirada. “Ojos de sed”, pensó el hombre de rojo.

Avanzó algunos pasos hacia el chico; extendió luego un brazo sobre su cabeza, y con el dedo índice, enhiesto como un timón, trazó un amplio círculo bajo la bóveda de la noche. Un segundo después el cielo se perló de blanco, y espesos copos de nieve empezaron a caer con suaves plops sobre aquella superficie insólita. Poco a poco, el suelo se fue haciendo claro.

Cumplida su misión, Santa montó su trineo, y, azuzando a los renos, se elevó sin mirar atrás. No alcanzó a ver así al niño que, brincando como un poseso, sumido en éxtasis, amasaba entre sus manos aquel maná celeste y se dejaba empapar por su lluvia de fantasía.

Muchos años después, frente a la máquina de escribir, el hombre habría de evocar esa remota noche en que Santa lo llevó a conocer la nieve. Con sabio criterio, cambió la nieve por un rotundo trozo de hielo. Sabía bien que, sobre el papel, la magia tiene sus límites; y no puedes transgredirlos si quieres que te crean.

 

Elkin Obregon

  
 
CODA 1

Dasso Saldívar es el autor de Viaje a la semilla, la más completa biografía hasta hoy escrita sobre García Márquez, como es con justicia reconocido aquí y en cualquier lugar del mundo. Pero Saldívar, que no se llama así, y además es paisa –como su nombre lo indica–, se sintió también con arrestos de novelista, y escribió Los soles de Amalfi. Empecé a leerla con la normal sospecha de encontrar en ella poco más que un texto epígono. No es así, por fortuna; la poesía y las invenciones de este bello libro no recuerdan para nada las del ilustre biografiado; se bastan a sí mismas, y, de hecho, no se parecen a nada ni a nadie. Una muy grata sorpresa, que poco o ningún comentario mereció. No sé si el señor de Macondo llegó a leerlo.

 
CODA 2

Arcadia dedica su número de diciembre a Barranquilla, o mejor a las personas que ejercieron o ejercen en ella la cultura. Todo es destacable, pero se recomienda la semblanza de Ida Esbra, fotógrafa holandesa que sentó reales en La Arenosa, y cuya obra ignoramos los cachacos. Sabemos ahora que parte de su trabajo, por donación de la familia Friedemann, se conserva hoy en los archivos de la Luis Ángel Arango; ojalá alguna vez se vuelva libro. De la escasísima muestra que ofrece Arcadia, habría que destacar Triple, foto de 1977 que parece tomada ayer. El porqué, lo sabrá quien la viere. UC

 

 

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