Número 69, septiembre 2015
CAÍDO DEL ZARZO
 
LA HISTORIA DE RAMÓN HOYOS
 
Elkin Obregón S.

En 1950, cuando se corrió la primera Vuelta a Colombia, el país vial era una vasta trama de caminos de tierra, de piedra, de barros y lodazales, con algunos oasis de asfalto. El ganador de una etapa le tomaba veinte minutos o media hora al segundo, y este otro tanto al tercero. Los sprinters y los embalajes eran nociones inconcebibles. Después nos llegó el progreso, y aprendimos a ganar por segundos; que lo diga Óscar Sevilla.

Pero aquí se quiere hablar de Ramón Hoyos, el Refuego, el Coloso de Marinilla; fue nuestro primer ídolo del ciclismo, soberbio e invicto trasegador de aquellas trochas, ganador de cinco Vueltas a Colombia. En Antioquia lo recibían con ovaciones, en Bogotá con pétalos de piedra (la metáfora es de Pedro Nel Gil, otro de los pioneros). Terminada la Vuelta, él y sus escuderos desfilaban, montados en carrozas, por la avenida Primero de Mayo, en medio de aclamaciones, vivas y flores lanzadas por miles de personas. En el momento requerido, la historia propicia el surgimiento de ídolos, fatalmente los crea; llámense Simón Bolívar u Hoyos Vallejo, ambos construyeron gestas. Luego vendrían Cochise, Herrera, Parra, hoy en día Nairo; todos grandes, pertenecen ya a la historia, no a la prehistoria de Ramón: un dinosaurio insólito, pisando caminos del pleitoceno

Pero, con todo y eso, el Refuego supo adentrarse en la era moderna. Fue subcampeón panamericano de ruta en México, cometió hazañas notables en Europa. Y aquí en Colombia, hizo morder el polvo a los dos más grandes corredores de esos años, Fausto Coppi y Hugo Koblet, a quienes dio sopa y seco en una memorable Vuelta a La Pintada. Sin proponérselo, Hoyos puso a Colombia en el mapa del ciclismo mundial. Sospecho que dedicó buena parte de su vida a evocar sus conquistas. Hizo bien. Como el Libertador, vivió para su gloria.
(Su última Vuelta se la ganó a Hernán Medina Calderón, el príncipe estudiante, un rival emergente que ya lo superaba en las subidas; Ramón, rey por un largo lustro de las montañas, lo liquidó bajando. Y fue su canto del cisne).

En sus años dorados, el gran marinillo inspiró a Fernando Botero (también en su mejor época), un cuadro espléndido, Apoteosis de Ramón Hoyos. La revista Cromos les hizo un retrato junto al enorme lienzo, Botero de terno impecable, el deportista con su atuendo del oficio, incluidos casco y bicicleta. Al preguntarle su opinión sobre la obra, Hoyos no se anduvo por las ramas: “Se me parece más a Pajarito Buitrago”, dijo. La verdad es que a Ramón no se parece.

 

Elkin Obregon

 
 
 
 
 
CODA
Rita
Tal vez se deba a su juventud, pero confía en la humanidad. Parca en palabras, sus gestos son elocuentes, su fe es un ejemplo; y pienso que, por fortuna, nunca la perderá. A veces se me sienta al frente, haciendo poses de deidad egipcia; y me mira, pensativa, con sus grandes ojos aurinos. Solemos compartir siestas, sin que ella se digne romper el silencio. Pero creo que me quiere.
UC

 
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