Número 68, agosto 2015

EDITORIAL
Coca por satélite

 

El Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos (SIMCI) lleva catorce años mirando desde el ojo de los satélites el color de los arbustos de coca. El verde claro entre la selva. Las entrevistas en tierra cocalera, los datos oficiales, las proyecciones, el complemento de las economías cercanas completan esos mapas nubosos, ese espionaje en órbita. Las variables del estudio las trae y las lleva el viento, y la plata, y el oro, y el plomo. Por ejemplo, en 2014 el departamento del Cauca tuvo datos muy completos, pues las nubes permitieron una “descobertura” del 85%. El vaivén del precio del oro decide si hay que dedicarse a la minería ilegal o a la coca.

Por lo general, las 150 páginas del estudio se quedan en un titular. Este año fue sencillo: “En 2014 la extensión de las hectáreas de coca creció 44% respecto a las siembras del año anterior”. Desde hace 35 años, poco a poco, el narcotráfico ha ido copando las discusiones, las páginas, los encabezados, los mitos, el prime time, las novedades en general. Pero el mejor retrato del comienzo del tráfico, de esa economía campesina que define a las Farc, a los Rastrojos, a los Úsuga, a Megateo y demás, se queda casi siempre en un cajón. UC le dio una mirada al estudio gremial que hacen los gobiernos de Colombia y Estados Unidos. Elegimos algunos datos, dejamos algunos comentarios sobre el 3% del PIB agrícola que marca la coca en Colombia, y echamos un vistazo a lo que serán las Farcrim.

Tal vez lo más importante sea la concentración de los cultivos en un área con zonas históricas muy bien demarcadas y movimientos menores en lotes conocidos. Solo 10 municipios concentran el 42% de la coca sembrada en Colombia. Nombremos cinco: Tumaco, Puerto Asís, Tibú, El Tambo y Valle del Guamuez reúnen cerca de una tercera parte de la coca. Y tal vez haya fronteras más débiles y más importantes que las de los municipios: en los Parques Nacionales, los Resguardos Indígenas y los Consejos Comunitarios de comunidades afros está una tercera parte de los cultivos. El 84% de la hoja detectada está a menos de un kilómetro de la observada en 2013. A pesar del crecimiento de los cultivos, las familias siguen siendo las mismas 64.500 del año anterior; el doble de las familias cacaoteras, por mencionar alguno de los productos que se consideran para el postconflicto. Las buenas noticias son que cada vez la concentración es mayor, el 35% de la tierra cocalera identificada en los últimos 10 años lleva 1.000 días sin coca, y solo el 3% de lo que se vio en 2014 está en campo inédito para la “mata que mata” y su agite. Se corrió un poco el cerco de los mismos lotes.

El trabajo de las familias ha cambiado un poco, siguen siendo los 5 por rancho según dicen, pero cada vez se encargan menos de la química. El 63% de los cultivadores vende la hoja fresca, en acopio o en la parcela. Solo el 3% de los cultivadores llega hasta el producto final. Las cocinas de la base de coca y el clorhidrato de cocaína son cada vez más especializadas. Hace unos días cayó en Antioquia, entre San Francisco y Alejandría, el “cristalizadero” más grande en cinco años. Le calcularon ingresos de 9.500 millones de pesos al mes. Aunque han crecido en productividad, las cuatro cosechas anuales dejan cifras muy distintas: 5.500 dólares en promedio por familia. Cuentas del postconflicto.

El precio crece con el riesgo, la distancia y los fierros necesarios. Un kilo de cocaína en Colombia se vende, en promedio, en US$2.269; el mismo kilo en Centroamérica puede valer entre US$2.800 y US$10.000 (incremento del 23% al 341% del precio de venta en Colombia); cuando llega a México, puede venderse entre US$15.000 y US$17.000 (incremento del 561% al 649%); en países de la Unión Europea el precio puede oscilar entre US$54.000 y US$57.000 (incremento del 2.280% al 2.412%).
La fumigación sigue siendo una herramienta discutible. En Nariño y Putumayo se gastó la mitad del glifosato del año anterior y los cultivos crecieron por encima del 20%.

La coca será un reglón de todas nuestras economías por mucho tiempo. En el negocio mundial somos cada vez más cercanos a los campesinos que siembran en el Catatumbo, en las cercanías de Tumaco, en Anorí y en Valdivia. Cerca de 340.000 campesinos empujan el negocio narco en las fronteras, las selvas y las sierras. No será fácil que cambien de producto, de lógica y de sueldo. Tendrán que pensarlo más de una vez en Perú y Ecuador. Puede ser uno de los coletazos de La Habana.UC

 
UC
 
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