Número 56, junio 2014
CAÍDO DEL ZARZO
 
Gabo tras las cámaras
 
Elkin Obregón S.

 

Cuando se estrenó aquí Crónica de una muerte anunciada (del gran Francesco Rossi, el mismo de Salvatore Guiliano), me decía Orlando Mora, siempre sabio, que el director debería haber situado esa trágica historia de honor y fatalismo en su propio país —tal vez en Sicilia—, donde la trama y él hubieran estado como pez en el agua. No se pudo, triunfaron intereses de coproducción, y salió el pastiche que salió. Un poco lo mismo, pero al revés, sucedió cuando, al parecer, Akira Kurosawa se mostró interesado en llevar al cine El otoño del patriarca, pensando ubicar el asunto en algún remoto escenario del Japón medieval; creo haber leído que al mismo Gabo le entusiasmó la idea, que acaso lo hubiera redimido para el cine. Tampoco esta vez se pudo, y su mejor libro debió resignarse a ser simplemente lo que es, apenas una obra maestra.

El amor en los tiempos del cólera, dirigida sin alma por alguien que nadie recuerda, logró convertir a Bardem en un pobre remedo de actor, y al maquillador en un aprendiz de colegio; se salva el bolero de Shakira, valor único y agregado. Algo similar podría decirse de El coronel no tiene quién le escriba, donde Arturo Ripstein corrió parecida suerte. Y es mejor tender un manto de olvido sobre Edipo alcalde, de Jorge Alí Triana, con culpable intrusión del propio Gabo, autor del engendro. Tiempo de morir, la mexicana y la colombiana, adolecen de ser un western, y nunca ha estado bien invadir terrenos ajenos. Finalmente, a mi juicio, lo más rescatable: En este pueblo no hay ladrones, muy bien ambientada en México por Alberto Isaac, que quizás funciona porque no tenía aún el lastre de un monstruo sagrado; y dos medio metrajes, basados en relatos o guiones de GGM: Cartas desde el parque, de Tomás Gutiérrez Alea, recreación a la cubana del Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand, y Milagro en Roma, de Lisandro Duque; en las dos, pero sobre todo en la última, aflora una auténtica magia macondiana. Veremos qué nos depara el futuro, ya sin la presencia intimidante del gran patriarca.

Prólogo: La langosta azul, un ejercicio de amigos sin ninguna intención de prolongarse. Lástima.

 

Elkin Obregon

 
 
 
CODA

Suelen preguntarle a Rodrigo García Barcha si no le tienta llevar al cine algún relato de su padre. Responde siempre que no. Su cámara no enfoca el olor de la guayaba.UC

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