Número 55, mayo 2014

Hace años, algunos intelectuales italianos intentaron construir un diccionario de virtudes con las conferencias de artistas, filósofos y escritores invitados a alentar un atributo humano. En Universo Centro hemos decidido comenzar un Diccionario de vicios con los aportes de nuestros amigos y de quienes quieran exhibir sus flaquezas, resabios o perversiones. Será un trabajo en permanente construcción. Con intervalos a causa de la pereza.
 

DICCIONARIO DE VICIOS
De la onirofilia
y sus viciosas prácticas
José Gabriel Baena. Ilustración: Mónica Betancourt

 

¿Vicio? ¡Vicio! ¿Me preguntáis por mi vicio preferido y el más solitario de los vicios humanos? Tengo uno solo: la onirofilia o el amor desmesurado y contumaz por soñar de noche entera y en los amaneceres y sin compasión por los despiertos seres que me rodean. Un vicio decididamente anticristiano y cuyos componentes principales podrían definirse recurriendo a la antigua y primera explicación del Catecismo del Padre Astete (1599) sobre pecados mortales: "¿Quiénes pecan mortalmente contra Dios en las abominaciones de la carne y de la mente? Los que advertidamente se deleitan en pensamientos impuros aunque no los pongan ni deseen por obra; los que hablan y cantan cosas torpes o con complacencia las oyen, y los que consigo mismo o con otras mujeres del prójimo tienen tocamientos o acciones deshonestas o las deseen ejecutar". Yo, el más asiduo de sus gozosos practicantes en los reinos del sueño, agrego a esto que en mis viajes por esos territorios he encontrado la solución a los más terroríficos enigmas que han atenazado a los humanos desde que se presumen racionales; enigmas ya planteados por la Esfinge de Ghizé y las inmortales siete tragedias de Sófocles de Tebas, entre otras: ¿Quién es el hombre y a dónde va? ¿Será o no será? ¿Tienen las mujeres alma o son un puro cuerpo que aunque sucio es delicioso y mientras más sucio mucho más? Teniendo las respuestas a estas cuestiones, tan diáfanas y abrumadoramente transparentes a la enceguecedora luz de la profunda medianoche, respuestas que no os revelaré, digo, hace ya varios años que navego sin vergüenza alguna y en pijamas Pleetway en este vicio que me llegó sin buscarlo después de que dejé casi todos los vicios menores —menos uno— considerados por la sociedad, los psiquiatras y la Fiscalía General como de altísima peligrosidad: los cigarritos verdes, el talco Johnson para niños y para polvearse la nariz como en Hollywood, el rock satánico de los Stones, el onanismo imaginario en el Metro... Y otros pocos. La onirofilia me ayudó a dejar de pensar en compunción y contrición de alma, en que soy sujeto activo de ese otro vicio incalificable, resistente a cualquier adjetivo, de la procrastinación: la obsesión de dejar para mañana lo que debes hacer hoy, algo que según dicen va en dirección contraria a todas las estrictas y buenas reglas de comportamiento que se exigen de los ciudadanos de esta Medellín, mientras más innovadora más inmóvil: madrugar, trabajar a lo bestia, casarse, procrear, pagar catastro y valorización, rendirle culto a nuestro banco amado e innombrable aquí. En mi onirofilia reverenda practico toda clase de procrastineidades, puesto que reclinado en mi diván de tres puestos no hallo ni tengo necesidad ni menester de salir al mundo mundial, si se me permite, a demostrar lo que no soy, un hombre emprendedor y ejecutivo de maletín Samsonite, ni mucho menos viajar en bicicleta de abajo arriba y de arriba abajo por las montañas que circundan mi urbanización. Amo las bicicletas, sí, vicio de niñez y juventud, y tengo una tamaño natural en mi salita, pero otra cosa es montarla después de bajarla cinco pisos en mi edificio sin ascensor y después subirla. ¡Oh vicio tan amado, hoy abandonado! ¿Y con qué sueña el señor, pues, en su viciosa onirofilia tan anunciada? preguntaréis. Golpe a la cabeza: hoy ya tan viejo, calvo y sin dientes, sueño con mis sueños y con las dueñas de mis viejos sueños, escritos en mis exnovelas, ya casi sus nombres olvidados: Kahla Matisse, Beatriz de Francia y Borgoña, la Virgen Luna, Dánae Klossowski, Sor Lillywhite Lilly, Funeralda Dulcelumbra Saturnalda Llamaralda Piedralumbra ¡Nostralumbra! ¿A dónde fueron todas ellas, con las palabras que las nombraban, cantos rodados del corazón ferviente? En mi onirofilia las he vuelto a poseer, más poseso yo y en silencio decidor, en aventuras fellinianas y al final felinas, puesto que mis gatitos siempre me despiertan por un rato a las cuatro de la mañana, cuando con ellas yazgo en mi lecho de rosas sin espinas, para que les dé su desayunito. Y a soñar de nuevo, en fervor amándolas y en góndolas viajando por nuestras Venecias particulares. Y hablando de las Italias, ahora sospecho que el travieso señor Fellini se administraba para soñar la misma o semejante dosis que yo me aplico y os receto: un vasito de Cocacola potenciado con brandy Osbourne, medio cigarrillo y, lo más importante, una cucharadita de 450 miligramos de opio sintético código ATC N03A, análogo del ácido γ-aminobutírico (ácido (S)-3- (aminometil)-5-metilhexanoico): toda una onda, brothers and sisters, que se consigue sin fórmula en vuestra botica preferida, pero no recomendable si antes no habéis pasado por tres comas inducidos o igual número de terapias de electroshock, que os dejarán la mente y el corazón cual tabula rasa, un desierto blanco para pintarlo al amaño. La dosis se puede repetir máximo tres veces/ día, cuidando, eso sí, de comer algo entre sesión y sesión, no contestar al teléfono ni frotarse impuramente con el móvil, no prender la tele, no consultar el estado de tu cuenta de ahorros. Y así te irás entre amanecer y amanecer y amanecer cantando con Led Zeppelin (1969) "vivo sólo para mis sueños y un bolsillo lleno de oro", sin afán de llegar al fin de los veintidós mil días de la vida del hombre prescritos en la Kábalah. ¿Que los más sanguinarios terroristas nos van a dictar las leyes? Déjalos, déjalos pasar, todos ellos pasarán. ¿Que ya se viene el Niño con sus calores de horror? Llevás dentro de vos el más gris de los inviernos, tu santa estación portátil. A las once de la mañana de este sabbatt me tomo un tinto con una aspirina para sentarme a escribir este artículo, que rodará como los cantos de los ríos monte abajo hacia la mar del olvido. Y no soñéis conmigo más, ¡oh mis mujeres soñadas! Pues soy definitivamente peligroso y mucho más en amores. Pues soy El Onirófilico Entusiasta, el hondero de las mil profundidades y de los desapegos despiadados. Dejadme ser durmiente, dejad que me desintegre en llamas puras bajo las frazadas y que me vaya en el tren de la jodida medianoche por las comarcas de Oniris. Hasta muy nunca me despido ahora, me escriben desde Amazon: ya me han enviado mi nuevo libro de Tarzán y la Ciudad Dorada, por cierto un excelente inductor para onirofílicos principiantes. A comprarlo, jóvenes.UC

 

Mónica Betancourt

 
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