Número 53, marzo 2014

CAÍDO DEL ZARZO
 
VOLVER O NO VOLVER
 
Elkin Obregón S.

Quien se aleja
De su casa ya ha vuelto.
Borges

 

Hay dos clases de personas, las que vuelven a casa y las que no. En la primera clase caben dos variantes. Una es aquella, muchas veces vista, de los que tarde o temprano regresan a sus pagos, después de un largo recorrido; es lo que se podría llamar, quitándole énfasis al asunto, el síndrome del cementerio de elefantes; Freud hablaría del útero materno, pero es más bien volver, curado ya el viajero de espantos, a la arboleda perdida. Que la encuentre o no es otra historia, pero aquí se prefieren los finales felices.

La segunda variante es la de quienes no vuelven a sus querencias, sino que las encuentran en otro sitio, lo cual, en el fondo, viene a ser lo mismo. Gauguin en La Polinesia, Lord Byron en Grecia, Stevenson en Samoa. Se trata, de distintas maneras siempre misteriosas, de buscar unas raíces y de afincarse en ellas; seres así nacen para eso, para esa búsqueda; es su exigencia vital, su más firme imperativo.

Y existe la segunda clase, las de aquellos que se lanzan al viaje sin esperar nada distinto a la aventura o al delirio. No quieren volver, acaso no quieren llegar. Buscan una quimera, o, tal vez más que eso, una pirueta ante la muerte. Lope de Aguirre y Fitzcarraldo pertenecen a esa estirpe. En el campo de la literatura (que nunca miente), pienso en los dos personajes de El hombre que fue rey, de Rudyard Kipling. No pretendo narrar la historia; si no la conoces, búscala cuanto antes; enseña el fondo más oscuro de nosotros, que es de algún modo también el más claro. (O el más absurdo, o el más heroico). John Huston, experto en filmar fracasos, persiguió este relato desde los años cuarenta. Sus actores iban a ser Gary Cooper y Errol Flynn. Pero debió esperar hasta 1975 para convertir aquello en película. No fue inútil la espera, porque Sean Connery y Michael Caine dieron un recital actoral; sin olvidar a Christopher Plummer, quien encarnó soberbiamente al narrador, el mismísimo Rudyard Kipling. Seres absurdos, ficticios o no, exaltan la vida, subliman el fracaso. Y, pensándolo bien, para fracasar no necesitamos salir de casa. Todos somos héroes.

 

Elkin Obregon

 
 
CODA

Lila Azam Zanganeh nació en París, hija de padres iraníes. Las fotos nos muestran a una joven de rostro bello y dulce, de grandes ojos almendrados. Escribió El encantador, un libro delicioso e inclasificable, pues es una mezcla de formas y temas, a los que unifica su talento, y que viene a resumirse en una vasta declaración de amor a Vladimir Nabokov. Cita muchas frases del escritor ruso, de las que menciono apenas una: “El presente es recuerdo en formación”.

Pero tal vez la mejor frase, muy al comienzo del libro, es de la propia autora: “Nabokov murió el 2 de julio de 1977, cuando yo tenía diez meses. Nos separaban unos seiscientos kilómetros. En resumen, habíamos tenido un comienzo desafortunado”. UC

 
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