Número 51, diciembre 2013
¡Mataron a Pablo!
Extraditables con birrete
David E. Guzmán. Ilustración: Aurélie Carmouze
 

 
Nunca pudo llorar, ni soñar al dormir,
pero sabe que a las dos es tarde ya.
¡Me matan Limón!
Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota

 

Recibí la noticia de cachaco. Era un vestido gris claro, con camisa blanca de rayas azules y corbata y zapatos vinotinto. La primera vez que me lo puse me sentí como un camaján italiano venido a menos, pero mi tía Sonia, la fashion de las tías, me aseguraba que el traje en tonos claros estaba de moda, que me iba a lucir.

“¡Mataron a Pablo!”, gritó mi madre apenas colgó el teléfono. Lo dijo con una mezcla de sorpresa y felicidad, envuelta en una toalla, con el pelo húmedo y fragante. “Mataron a Pablo”, la frase que más se pronunció ese jueves 2 de diciembre. Parecía increíble que lo hubieran cazado a tan pocas cuadras de la casa. Por radio decían que algunas vías aledañas estaban cerradas, que había congestión. La hora de la ceremonia se acercaba, y la incertidumbre de no poder llegar a tiempo al colegio generó confusión y discusiones sobre cómo proceder.

Sin embargo, el gordo tieso y ensangrentado en el tejado no alteró los planes. Dos amigos del salón me recogieron a la hora acordada; mis familiares saldrían por su lado media hora más tarde. Nada podía detener el fin de ese largo camino que habíamos iniciado hacía doce años, en 1982, justo cuando Pablo Escobar empezaba a hacer campaña para convertirse en parlamentario. Desde ese entonces la suerte estaba echada para todos.

Para salir del barrio La América debíamos pasar muy cerca de la zona donde ocurrió la cacería. Se habló de la posibilidad de ir a noveleriar, pero ni lo discutimos: sabíamos que el tiempo era escaso. En las calles el ambiente estaba enrarecido; algunos en sus carros celebraban con un ¡fa fa fa!, aunque también se percibía cierta tensión. Después de tacos eternos, llegamos al colegio. En el parqueadero se armaron corrillos donde se comentaba con el mismo entusiasmo la muerte del patrón y la fiesta programada para la noche.

“Nos mataron al amigo” fue el nefasto chiste de uno de los payasos del salón, que había sido “extraditado” el año anterior. “Amigo tuyo será”, le respondió el compañero que más tarde iba a leer el discurso. La noticia lo había cogido con una hoja en la mano, practicando al lado de su padre, un hombre que sabía de oratoria. Poco a poco fueron llegando los demás compañeros y familiares a nutrir la escena. Todos menos Villegas, el amigo que vivía más cerca de la casa de Los Olivos.

Con la toga azul oscura ocultando mi traje pálido me sentía mucho mejor. A esa hora el asombro ya le había dado paso a la emoción. Tal como se había ensayado, con los cantos de Carmina Burana, los héroes entramos en dos filas indias al auditorio y ocupamos la silletería más cercana a la tarima. El rostro de padres de familia, abuelos y tíos reflejaba esa alegría de ver a los suyos en situación de triunfo. Graduarse de bachiller es un logro que se desvanece pronto, pero en ese momento era lo más importante.

El paso por las aulas sonrientes, en especial por el bachillerato, entre 1988 y 1993, estuvo adobado por la época más dura de la guerra del narcotráfico. Las campanadas que anunciaban cada cambio de clase, cada recreo, cada entrada y salida, sonaban a la par de carrobombas, balaceras, ráfagas y estallidos. Recuerdo en especial la consternación del colegio al regreso de las vacaciones de junio de 1990. Camilo Bernal, un estudiante que iba un par de grados más adelante, había sido asesinado en la masacre de Oporto; su hermano Pipe se graduaría con nosotros. Siete meses después, en febrero de 1991, los 150 kilos de dinamita y metralla que explotaron en la plaza de toros La Macarena se llevaron a Lucas, un alumno de primaria que se destacaba por su habilidad con el balón. El dolor ocasionado por esa guerra se nos había metido al colegio, a ese mundo propio y alegre de juegos y obstáculos académicos que no conocía la tragedia.

Villegas también era habilidoso con la pelota pero no contaba con suerte para inflar las piolas. La ceremonia ya llevaba un buen rato y era el único que faltaba. El turno para estrecharle la mano al rector y recibir el añorado diploma era por orden alfabético, así que aún había tiempo. Uno a uno fueron llamando a los graduandos, uno de 11°A, otro de 11°B. Ya estábamos viviendo el final de esa etapa de la vida, un trayecto lleno de aprendizaje, humor, crueldad y disciplina deficiente.

 

Ilustración: Aurélie Carmouze
Fue en 1992 que surgió la versión robledista de “Los Extraditables”, nombrados así incluso por los profesores, un reconocido grupo de diez compañeros que fuimos separados y castigados con el traslado, durante dos semanas, a salones de grados inferiores, acusados de no dejar dar clase. “Preferimos un cambio de puesto que una tumba en otro salón”. Alias ‘La Mosca’, ‘Longas’, ‘Pichón de diablo’, ‘Chucky’... casi todos los extraditados nos alcanzamos a graduar.

Cuando llamaron a Salazar, otro extraditado que coronó, apareció Villegas metido en su toga, con pasos apurados, peinado completamente hacia atrás. Por eludir los trancones de ese día, nunca antes vistos en Medellín, se había metido a la boca del lobo y casi no sale de sus fauces.

Por fin recibimos el diploma, un pedazo de cartulina del que pronto nos desencartamos poniéndolo en manos de familiares adultos. Cuando lanzamos los birretes, el cielorraso, blanco y blando, se rompió en varios puntos y algunas borlas quedaron colgando del techo. La ceremonia terminó con No ha sido fácil de Pablo Milanés, una canción que también habría podido acompañar las celebraciones del Bloque de Búsqueda y Los Pepes esa misma tarde.

Después de la sesión de fotos nos quitamos las togas. En barras nos fuimos esparciendo, buscando la salida, todos con la expectativa de la fiesta nocturna que algunos padres quisieron cancelar. De repente, el payaso del salón se acercó a donde estábamos varios amigos y dijo en tono burletero, señalándome: “Eh, ¡qué elegancia!”. Me bastó mirar alrededor para corroborar que era el único de la promoción con traje clarito.UC

 
blog comments powered by Disqus
Ingresar