Número 50, octubre 2013

Los hijos de los dioses
Nico Verbeek

 
Imagen tomada de internet
 
Imagen tomada de internet
 

Corre el año 1973. El escenario es el estadio Fernando Bernabéu en Madrid. El Ajax, campeón de Holanda el año anterior, juega la semifinal de la Copa Europea –precedente de la Champions League– contra el Real Madrid. En el segundo tiempo, y ganando 1-0, Gerrie Mühren, volante de creación, recibe el balón luego de un largo cambio de frente, se da cuenta de que ningún jugador del Real lo marca y comienza a hacer la treinta y una relajado, uno, dos, tres... El jugador, conocido por su gran dominio técnico, da cinco toques al balón como si estuviera en un potrero en su natal Volendam, un pequeño pueblo pesquero cerca de Ámsterdam. Después de la muestra de su fina técnica entrega el balón al defensa Ruud Krol, que llega al área y por poco corona la jugada con gol.

Los casi cien mil hinchas del Real Madrid en la tribuna no pueden hacer otra cosa que levantarse y aplaudir. Es un momento histórico: el rey de Europa ya no es el Real Madrid, el club que ha dominado las canchas desde mediados de los años cincuenta, sino el Ajax de Ámsterdam, un equipo que desde finales de los años sesenta, de la mano de Johan Cruijff y el técnico ‘Rinus’ Michels, viene revolucionando el fútbol holandés y europeo.

Hace unos días, a sus 67 años, falleció Gerrie Mühren, el artífice de la hazaña en el Bernabéu. La notica me hizo recordar los grandes tiempos de ese Ajax, considerado en su momento el mejor equipo del mundo. Es una afirmación temeraria, eso de “el mejor equipo del mundo”, pero las cifras no mienten: cuatro veces campeón de Europa, dos veces campeón de la Copa Intercontinental y proveedor de lujo para la selección de Holanda, mundialmente conocida como “la naranja mecánica”. Con Ajax y Holanda el llamado “fútbol total” dominaba las canchas y los titulares de prensa.

Sin embargo, no son solo las estadísticas y los resultados a secas los que me llevan a usar este apelativo. El juego y la imagen que proyectaban los jugadores refuerzan mi memoria y mi convicción, pues el gran Ajax era más que un puñado de futbolistas talentosos. Muchachos como Johan Cruijff, Johan Neeskens, Ruud Krol, Johnny Rep, eran hombres guapos, de jeans, pelo largo y desordenado. Su pinta los acercaba más a las estrellas de rock que a los deportistas rasos. “Los hijos de los dioses”, como los llamaban en Ámsterdam, eran hombres irreverentes, contestatarios, de miradas provocativas. Sin exagerar, y guardadas las proporciones, creo que con el apogeo del Ajax la revolución cultural de los años sesenta definitivamente echó raíces en la sociedad holandesa.

Mientras en ciudades como París, Praga, Berlín y Ámsterdam jóvenes de la generación hippie hacían la revolución, yo vivía en Soerendonk, un pueblo de mil 300 habitantes al sur de Holanda, donde estos ataques de modernidad aún no habían tocado el alma de la mayoría de la población, más bien conservadora y tradicional. Aunque de alguna manera también se sentía que los tiempos estaban cambiando, la iglesia católica mantenía su lugar central en la sociedad y el eslogan “la imaginación al poder” era un eco bastante lejano.

A los diez o doce años, como gran aficionado al fútbol, yo tenía las paredes de mi habitación decoradas con fotos y afiches del Ajax, un equipo proveniente de Ámsterdam, la capital de Holanda y del pecado, según decían las personas de mi pueblo. Eso me tenía sin cuidado. Ámsterdam tenía para mí un aire mágico, pues era allá donde jugaba mi equipo favorito, el Ajax de mi alma.

Mi pueblo está situado a unos veinte kilómetros de Eindhoven, la “ciudad luz” donde nacieron empresas como Philips y Volvo, pero al fin y al cabo una provincia en comparación con Ámsterdam y Róterdam. De Róterdam era oriundo el otro gran equipo de esos años sesenta y setenta, el Feijenoord, que fue el primero en ganar la Copa Europea en 1970, y también la Intercontinental al vencer a Estudiantes de La Plata en la final. El tercer equipo de Holanda era el PSV, oriundo de mi región, de esa ciudad luminosa y dormida que no logró nunca mi imaginación, ni por el fútbol ni por sus atractivos.

El día que cumplí ocho años todo fue alegría. A esa edad podía inscribirme en el club de fútbol del pueblo, que se llamaba De Kraanvogels, algo así como “Las Grullas”. No cabía de la dicha de poder jugar en una cancha de verdad. Porque claro, jugábamos durante los descansos y después del colegio, en los potreros o en la calle; todo el tiempo libre lo dedicábamos a jugar fútbol y no más.

Lo mejor, después de jugarlo, era verlo en televisión. En esa época eran pocos los partidos que se transmitían. Había juegos por la liga nacional los domingos y partidos del campeonato europeo los miércoles. No más. Y este último se transmitía, creo, a partir de los cuartos o de las semifinales. En otras palabras, los partidos que vimos fueron pocos, de modo que un partido de mi Ajax en televisión era un gran acontecimiento.

Esos juegos los vimos en mi casa, con mi papá que no era gran aficionado al fútbol y unos tíos que sí lo eran. Recuerdo especialmente al tío Guillermo, que además era mi padrino de bautismo. Él era un hombre de tradición, católico a morir, de misa diaria a las seis, que veía en la modernidad el gran enemigo. Nunca se había casado porque no era capaz de aguantar a otra persona en su vida, interfiriendo en su rutina medida en minutos. Yo no entendía todo eso en aquel momento, pero me molestaba que fuera hincha del PSV y no del Ajax. Hoy sospecho que lo que realmente le molestaba era esa imagen que tenía el Ajax, muchachos provocadores, representantes de la capital del pecado.

También recuerdo todavía, sin hacer ningún esfuerzo, la formación básica del Ajax en esos días. En el arco estaba Heinz Stuy, que no era un arquero destacado, pero esto no era problema porque el equipo prácticamente no lo necesitaba. En la defensa jugaban Wim Suurbier, Barry Hulshoff, Horst Blankenburg y Ruud Krol; en la mitad, Arie Haan, Johan Neeskens y Gerrie Mühren; y en el ataque, dos punteros que siempre buscaban la última raya, Piet Keizer y Sjaak Swart (más tarde Johnny Rep), y un centro delantero de lujo: Johan Cruijff.

El llamado “fútbol total” nació con este Ajax de principios de los setenta, que con casi los mismos jugadores, y con Rinus Michels como técnico, conduciría a la selección holandesa a sus grandes éxitos. Michels se hizo famoso internacionalmente por un sistema de juego que después fue copiado en todas las canchas, basado en un 4-3-3 con dos verdaderos punteros, un pressing arriba y una táctica en la que los jugadores cambiaban continuamente de posición. En el mundial de 1974 en Alemania la selección holandesa se convirtió en una maquinita envidiable.

 

El Ajax de Johan Cruijff era invencible: desde 1971 conquistó tres veces seguidas la principal copa de Europa. La primera final fue contra Panathinaikos de Grecia, un equipo relativamente pequeño dirigido por el húngaro Ferenc Puskás, un legendario jugador de Real Madrid entre 1958 y 1966. En 1972 se repitió la dosis, y fue en ese año que el Ajax mostró su mejor fútbol. Le ganó la final al Inter de Milán en un partido donde Cruijff fue imparable y marcó dos goles. El técnico del Ajax, el emblemático Rinus Michels, se fue a dirigir al Barcelona. Con el técnico rumano Stefan Kovács el equipo siguió su camino. Al final del año Ajax levantó por primera vez la Copa Intercontinental al ganarle la serie al Independiente argentino, 1-1 y 3-0. El año anterior Ajax no había querido jugar esta copa por una especie de temor frente a equipos como Estudiantes de La Plata, famosos por su juego duro y sus mañas. En 1973 la final fue contra el Juventus de Dino Zoff y Fabio Capello, y con un solitario gol de Johnny Rep el equipo ganó por tercera vez la copa.

Para cualquier hincha la alegría se resume en que su equipo gane tres años consecutivos todos los trofeos posibles, pero el impacto para un muchacho de diez a doce años es inexplicable. Es la edad en la que un joven empieza a conocer el mundo y a darse cuenta de cómo funcionan las cosas, en la que aprende las aburridas leyes de la vida, como aquella de que no siempre se puede ganar y uno debe aguantar las derrotas para poder disfrutar mejor las victorias que algún día vendrán. Entiendo que para cualquier niño hincha de un equipo del montón estas pueden ser valiosas lecciones de vida, pero yo nunca pasé por esa etapa porque sencillamente mi equipo nunca perdía. Entonces no me faltaba lógica al pensar que los jugadores del Ajax eran realmente hijos de dioses y no podían perder.

Imagen tomada de internet

Ahora sé que el Ajax realmente tenía un gran equipo, y que no solamente ganaba partidos sino que también jugaba de manera estética para divertir al público: el fútbol como una especie de deporte-arte. Hoy en día, en Ámsterdam, aún se considera que una victoria sin jugar bien es igual a una derrota, y a cada técnico del Ajax los hinchas le exigen que, además de ganar los partidos, muestre un juego atractivo. Este fue el sello que dio Johan Cruijff a este equipo cuando dijo que “un buen resultado sin calidad de juego es aburridor”.

Lograr tantos éxitos afectó a los jugadores, y después de la última conquista se empezó a rumorar que a los hombres del Ajax se les habían subido los humos. Y en algún momento perdieron un partido, aunque fuera de menor importancia. Recuerdo que mi tío Guillermo entró feliz a la casa con un artículo de prensa en la mano, seguramente recortado de un periódico de Eindhoven, donde decía, en broma y como si fuera un anuncio de fallecimiento, “lamentamos informarles que ha sucumbido el gran Ajax, fallecido a causa del trago y las mujeres”.

Los éxitos continuaron por un tiempo, pero finalmente no dieron más y pasó lo inevitable. Mi idea de un equipo que no podía perder chocó por fin con la dura realidad el 7 de julio de 1974, cuando Holanda jugó en Múnich la final del Mundial contra Alemania, el adversario más odiado por el pueblo holandés, que todavía guardaba recuerdos de la Segunda Guerra Mundial. Y ocurrió la tragedia. A pesar de tener el balón, de jugar su juego, de atacar y generar opciones de gol, esa tarde el resultado fue adverso y Holanda perdió 2 a 1. No exagero cuando digo que se derrumbó mi sueño: la certeza de tener un equipo invencible. Fue el primer gran trauma de mi vida. No se necesita ser psicólogo para entender que esa derrota fue el momento en que perdí la inocencia, tal vez un poco tarde, todo gracias al gran Ajax de Ámsterdam.UC

Imagen tomada de internet

 
blog comments powered by Disqus
Ingresar