Número 47, julio 2013

¿Entierro Mafioso?
Andrés Delgado
 

A las cuatro de la tarde un sol rencoroso cobra venganza del barrio El Poblado y el poniente pega duro contra la montaña oriental de Medellín. La empinada calle 5 Sur, a la altura del mall La Visitación, está bloqueada por carros de vidrios polarizados. La acera derecha está vacía, limpia y arborizada, de no ser por un gamín roñoso que busca sombra. El tipo sostiene su cobija de lana podrida, echa una mirada con asco al Hummer negro que tiene al frente y despacha un trago de agua de un botellón plástico de coca cola tres litros; escupe desafiante y dedica el gesto al conductor del Hummer.

En la capilla de La Visitación una concurrencia apesadumbrada se congrega en las escaleras del atrio. El gentío está de pie, al sol, en silencio. Es jueves 25 de julio y está por comenzar la misa con las cenizas de Juan David Ochoa Vásquez, el mayor de los hermanos Ochoa, fundador del Cartel de Medellín junto con Gonzalo Rodríguez Gacha, Carlos Lehder y Pablo Escobar. Con 65 años, Ochoa murió a las 5 a.m. en un hospital tras sufrir un paro cardiaco.

En el parqueadero de La Visitación hay monteros con llantas regordetas, un Spark de rines maltrechos, un Mazda 323 arruinado, un taxi Sprint destartalado, y la limosina blanca y despercudida de la funeraria. Parece que al señor Ochoa Vásquez, mayor de los hermanos Jorge Luis, Fabio y Martha Nieves, quien comenzara muy pelado en el narcotráfico, viajando a Estados Unidos dizque para estudiar, lo quiso gente de variado estrato social.

Hay un señor de unos sesenta años, desfachatado pero con buen porte en el reloj. Hay pelados con cara de riquitos, todos muy serios, de camiseta y tenis; luego supe que son los amigos de Vicente, uno de los hijos de Juan David. Una chica forrada, de minifalda blanca, tacones de playa, lentes de sol y manillas. A su lado un care galán con bluyines, saco café y zapatillas mira con ganas a la nena, que se cree en Cartagena. Lo más formal en el gentío son los lentes de sol. Hay señoras preocupadas y señores canosos y tristes que vienen a despedir al hombre que desde 1979, con 31 años, comenzó a figurar en los archivos de la DEA por distribuir 550 kilos de coca. Ochoa luchó contra el Cartel de Cali, contra el gobierno y contra la guerrilla. En la puerta de la capilla hay una señora de negro; por fin alguien de luto.

Doy un rodeo buscando a Martha Nieves, secuestrada en 1981 por el M-19, que exigió doce millones de pesos como rescate. Como reacción, el clan Ochoa y otros 200 capos crearon el MAS, Muerte a Secuestradores, que ubicó a Luis Gabriel Bernal, autor intelectual del hecho, secuestró a su novia y a su hermano; Martha Nieves fue liberada sin pagar rescate. El MAS fue el origen del paramilitarismo. Busco a Martha pero no la veo; tampoco a Jorge Luis Ochoa.

Con sumisión, el empleado de la funeraria abre las puertas traseras de la limosina y extrae una cajita de madera oscura adornada con flores y cintas blancas. La concurrencia abre paso y comienza la ceremonia. La capilla está a reventar y el bochorno aumenta. El aire pesa 15,4 toneladas. Me quedo atrás, en medio del tumulto. Suena un trío de teclado eléctrico, violín melancólico y voz: "hay un vacío que nadie en el mundo puede llenar, te vas pero siempre te recordaremos". Hasta ayer Ochoa hablaba por celular con sus hijos, y ahora está reducido a cenizas.

"Hoy estamos despidiendo al que fuera un padre de familia. El Señor lo purifique de sus debilidades, de su condición humana, que es la experiencia del pecado", dice el cura desde el púlpito. En 1991, luego del acuerdo con César Gaviria, bajo el compromiso de dar información del negocio a cambio de no ser extraditados, el clan Ochoa se entregó a la justicia; Juan David fue el último en hacerlo. Luego de cinco años de cárcel Juan David y su hermano Jorge Luis salieron en libertad; Fabio lo haría en los meses siguientes, pero la salida de los dos primeros prendió las alarmas. El ministro de justicia, Carlos Medellín, calificó el hecho como una vergüenza internacional, y el ministro de defensa, Juan Carlos Esguerra, exigió una revisión de la política de sometimiento. Fabio no salió nunca. El gobierno se le torció. Lo dejaron encerrado otros cinco años hasta que fue extraditado en 2001, y en 2003 los gringos le clavaron una condena de treinta años. "La vida no termina –dice el cura–, el cuerpo no se destruye sino que se transforma en Dios, producción para la vida eterna".

Según un informe de El Espectador de septiembre de 2009, los ingresos de Juan David presentaron un crecimiento del 256% entre 2002 y 2003, y del 189% entre 2005 y 2006. Desde que Juan David salió de la cárcel se dedicó a la crianza de caballos y ganado, y se dice que no volvió a delinquir. Su fortuna les queda a sus hijos. En la comunión, la gente hace fila y el trío canta: "¿Quién va a reemplazarte? ¿Buscarte y no encontrarte?".

En el sermón el cura dice: "El señor nos visita llevándose a todos los que queremos. Separados de las ataduras de la muerte, está en el reino de la inmortalidad". Suena un ringtone en medio de la concurrencia y todos reconocemos la cancioncilla de un celular barato. "Salimos de Dios y a Dios volvemos".


 

 

 

Entierro mafioso

Hace un rato, mientras esperaba el inicio de la misa y buscaba a Martha Nieves, estuve parando la oreja. De alguno escuché: "con Juan David nunca hablé en serio, siempre nos decíamos groserías y esa era toda nuestra charla." Otro dijo: "como mafioso no llegaba siquiera a contrabandista, era tan despistado que se caía pasando un cartón de Marlboro". Con todo, la guerra de combos que vive Medellín es la herencia que nos dejó el Cartel de Medellín y sus fundadores.

Hace dos semanas tuvo su primera crisis cardíaca. Le pusieron dos stent en una clínica en Medellín y le sugirieron una dieta estricta; pesaba 116 kilos. Era un mecatero empedernido, los panaderos de Envigado lo saben.

Ahora habla la esposa desde el púlpito. Es una señora de porte recio, tiene la voz quebrada: "Dios no obra como un cazador, sino como un jardinero que reclama las mejores flores. Te quiero por siempre. Fuiste grande entre los grandes". Se oyen llantos y moqueos. Alguno me dijo: "no vayás a eso, la vuelta va a estar muy caliente". Yo esperaba ver guardaespaldas mirando feo, cordón de seguridad policial, caras malosas, combos de traquetos, jefes de rutas, coronas de flores en el atrio, lágrimas, luto, pero no. Esto no es un funeral mafioso.

A la salida de misa se me viene a la cabeza la cajita de madera. El calor, el bochorno y un remolino de frases me marea. ¿Cuándo dejamos de ser esas panteras acechantes que ayer éramos para convertirnos en esta jaula de palabras que hoy somos? Salgo a la calle a preguntar por la batalla de la vida, y me contesta el gamín del semáforo, tumbado en un prado, con las manos en la cabeza, mirando el cielo azul. La vida es una botella de tres litros que un vago callejero se bebe de mala gana en este calor inmoral. UC

 

Entierro mafioso

 

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