Número 43, Marzo 2013
OBITUARIO
 
R.I.P. Fernando Botero
 
Menina. Ilustración: Cachorro.

 

 

Muertos de angustia y desesperación, vamos en marcha sepulcral tras los despojos del más grande de nuestros artistas. Lloramos lágrimas gordas, y es gordo como el más gordo de los gordos el mausoleo donde lo vamos a sepultar.

A prudente distancia consolamos a la viuda, pues no queremos herir su dignidad con nuestra presencia, ni siquiera para decirle que recuperamos el bigote del gato aquel.

Fernando Botero deja un vacío insalvable, un enorme hueco que no podrá llenar ni siquiera uno de sus tejados. Era tan grande como su obra y no cupo en ningún panteón, ni siquiera en uno que nos disputamos con las cucarachas en el cementerio de San Pedro. De ahí que tuviéramos que demoler el edificio Coltejer, aguja clavada en las costillas de los colombianos. Todos llevamos un bigote en cada mano para resarcir la ofensa inferida al maestro.

Han venido al entierro tantas personalidades nacionales e internacionales, que es difícil dar cuenta de todas. (Vinieron reyes, pero de incógnito). Vinieron los músicos, que al parecer olvidaron que esto no era un fandango sino una misa fúnebre. Vinieron los pintores, porque creían que al fin iban a tener una oportunidad. Vinieron los loros, emisarios de Fernando Vallejo, acompañados por unos cuantos perros. Vino hasta el gato, pero no el mío por no haber recibido tarjeta de invitación. Vinieron los ricos, vinieron los pobres, vinieron hasta los flacos, que son pocos, sí señor.

Ni qué decir de otras inenarrables extravagancias: el réquiem lo presidió el general Naranjo, la DEA hizo discreta presencia, las flores las puso Amapolas de Colombia S.A. (marca registrada). Los gatos, los perros y los loros hicieron un discreto mutis. Los músicos siguen creyéndose invitados a un fandango y todavía están tocando con los pies por toda la ciudad. UC

 

 

 

Ilustración: Cachorro.

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