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     Número 40 - Noviembre de 2012


CAÍDO DEL ZARZO
VIAJEROS
Elkin Obregón S.

  
Desde siempre los escritores se han ocupado de los viajes en el tiempo, tema al que, con razón, no se cansan de volver. Infinitos cuentos, novelas y obras de teatro aluden al asunto. También películas, claro está. Como el espacio es mínimo para tanta gente, menciono apenas dos relatos, para mí memorables: Enoch Soames, de Max Beerbohm (donde el Diablo acepta complacer el capricho de un pobre diablo), y uno inmortal, El deán de Santiago y el maestre de Toledo, del Infante don Juan Manuel, tan admirado por Borges, que según nos cuenta William Ospina, lo volvió a escribir con el nombre de "El brujo postergado".

Otras dos menciones, éstas sobre cine. La primera para un filme de Alain Resnais, muy poco mencionado, Je t'aime, je t'aime, una especie de minucioso puzzle intelectual en el que los protagonistas parecen girar interminablemente en un tiovivo; y el estupendo Time after time, de Nicholas Meyer, cuyos protagonistas son el mismísimo H.G. Wells (Malcolm Mc Dowell) y su máquina del tiempo; o sea, una ficción dentro de otra, para una película "menor", si se quiere, pero que hace del tema un juego fascinante, superior tal vez (perdón) a la historia que leemos en la novela del propio Wells.

Un recuerdo, en fin, en homenaje al también inglés J.B. Priestley, y a su libro Tres piezas sobre el tiempo. En cada una de ellas, Priestley, apasionado por esos enigmas, desarrolla con gran pericia dramática una teoría distinta sobre el asunto; confirmando así, de paso, su esencial inverosimilitud. Porque, claro, se nos pide de entrada no creer en ninguna de ellas. O creer en todas, que viene a ser lo mismo.

Incapaz de vencer al tiempo (un imposible matafísico, por supuesto), el hombre acude a su mejor arma, la imaginación, para librar ese desigual combate y derrotar a la divinidad. Por una vez, Prometeo gana la batalla, y se olvida de Heráclito.

  
CODA

"Si una historia comienza con un encuentro, debe terminar con una búsqueda" (Penelope Fitzgeraldd, citada por Alberto Manguel). Creo que esa corta frase dice más de lo que parece. A mí, al menos, me sugiere muchas cosas; pero no pretendo entrar en esas aguas. Sólo que, de refilón, me remite a Borges; decía él que para escribir sus cuentos empezaba por imaginar un comienzo y un final; después, le bastaba con llenar el espacio entre los dos. Y sí, quizás toda gran literatura se limita a abrir una puerta, la puerta hacia una búsqueda. Tal vez la del tiempo perdido. UC