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Número 34 - Mayo de 2012     

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Geografía Universal
Barcelona
Silvio Bolaño Robledo

Geografía Universal Barcelona

"Barcelona es como Buenos Aires, pero sin hipódromo...", decía nuestro padre Gardel. Lo cual no implica que a los catalanes les resulten antipáticos los caballos, aunque hayan suprimido de sus plazas las estatuas ecuestres del generalísimo Franco. Fortuna análoga a la padecida por los dragones, pues desde que San Jordi (que es como llamamos a San Jorge en catalán) matara al dragón, no se ha vuelto a asomar reptil alado alguno por las pedregosas costas mediterráneas. San Jordi es el protector de Barna, así como de otras villas europeas que celebran como propia la proeza del caballero de Capadocia. Es proverbial la ojeriza que sienten los europeos por los dragones, al punto de que en ciertas lenguas orientales el mismo ideograma europeo signifique el que siente tirria hacia un dragón.

El legado de la Edad Media es evidente en la ciudad condal, por lo cual es menestar hablar de santos, dragones y doncellas. En la arquitectura del Barrio Gótico, del Born y el Raval, así como en el estilo variopinto de las obras de San Antonio Gaudí, se revela el esplendor del medioevo catalán. Grandeza que funge de imán para los turistas, tanto como los bares y lugares de esparcimiento que los demás europeos visitan a fin de colmar sus necesidades estéticas, etílicas y cortesanas. De ahí que suelan hallarse grupos de entre tres y doce suecas apostadas en lance erótico por las terrazas del centro, un plato codiciado por donjuanes, sífilis y herpes.

Pero no todo allí es color de bragas rosa. Los vestigios de la brutalidad de la Guerra Civil y de la represión de la dictadura permanecen en la memoria de los catalanes. En la Plaça de Sant Felipe Neri, por ejemplo, pueden verse rastros de la metralla con la que fueran asesinadas decenas de civiles durante los bombardeos. Los herederos de aquellos mártires son concientes de que la República perdió la guerra, y tratan de evitar las usanzas que les recuerden una herencia compartida con el mundo hispánico. Para algunas personas mayores resulta incluso ofensivo que las interpelen en la vituperada lengua de Góngora. Compleja situación que configura la paradoja de una ciudad cuya notoria Oficina de Turismo (publicitada con Woody Allen y el Pep Guardiola), acostumbra a promocionarla cosmopolita e incluyente. La paradoja tiene honduras avivadas por hechos como que el Rey Juan Carlos I obstente el título de Conde de Barcelona, o que allí estén afincadas las editoriales más influyentes de la lengua castellana.

No obstante a las ideas separatistas y a la defensa de las tradiciones locales, la inmigración y multiculturalidad es manifiesta. Similar a Mac Donald's en los Estados Juntos, los paquistaníes han erigido sus amables tiendas en cada manzana, donde es posible adquirir productos de Europa y Oriente. Así mismo abundan los restaurantes de Dönner kebab, cuyo precio económico y carne lícita (animales sacrificados de acuerdo al proceder islámico que la define halal), la han convertido en la comida tradicional del Viejo Mundo. Según las cifras del Ajuntament, los paquistaníes lideran la tabla d'estrangers, seguidos por los latinos que emigran con la esperanza de cumplir el sueño catalá, merced a la lengua y cultura común. Así pues, a los paquis les siguen los italianos, los ecuatorianos y los chinos. Lo anterior en cuanto a inmigrantes legales, quienes adquieren el compromiso de integrarse a la festiva y escatológica sociedad barcelonesa.

 

La reivindicación de la identidad se refleja en su colorido calendario de verbenas, las cuales ponen en evidencia un eclecticismo de tradiciones modernas, cristianas y paganas. Es tal el caso de la celebración de San Jordi. Cuentan los hagiógrafos que de la sangre del finado dragón brotó un rosal del cual nuestro héroe cortó una flor para la princesa. Su día es el 23 de abril, fecha en que murieran William Shakespeare y Don Miguel de Cervantes, en 1616. Azar que fuera intrascendente si los genios de la industria editorial y floricultores catalanes no hubieran decretado que ese día era menester regalar a la mujer con una rosa y al hombre con un libro. Es notable cómo las avenidas se atiborran de floristas y libreros por San Jordi, lo cual hace que las damas regresen a sus casas ataviadas con un bouquet de rosas, en tanto los caballeros se vean en la penosa y anticuada tarea de leer.

Uno de los barrios más festivos es el de Gràcia, donde en marzo se celebra el Sant Medir: fiesta de uno que se hiciera célebre por salvar a un repostero quien, en gratitud, peregrinara hasta el santuario de Collserola repartiendo dulces a grandes y chicos. La vecindad conmemora el hecho con carrozas, cabalgatas, músicos y bailarines que lo emulan al recorrer las vías lanzando caramelos. Pero la celebración más emotiva tiene lugar en agosto, cuando en el día de la Asunción el barrio explota en su Festa Major. Los vecinos disfrazan las plazas y callejuelas con temas diversos, a fin de obtener el premio a la mejor decoración. Así regalan siete días de conciertos, desfiles, competencias y actividades para las familias y el millón de visitantes que se adhieren al jolgorio.

En la plaza central de Gràcia se alzan durante dicha semana los vigorosos Castellers: populares torres humanas que pueden alcanzar 8 niveles. Práctica que se remonta al Siglo XVII, y la cual tiene indumentarias especiales, música tradicional y técnicas complejas. También hacen su aparición las procesiones de Gegants: enormes monigotes en forma de reyes, reinas, princesas, condes, duques y enanos garbosos que marchan exhibiendo su nobleza. Cortejos que vienen en romería desde el Siglo XV, cuando las figuras tenían el fin de ilustrar las historias bíblicas al pueblo ignorante. A dichas usanzas folclóricas se suman los Correfocs: desfiles de fuego que datan del Siglo XII, los cuales también son llamados Ball de diables. Estos cercavilas tenían como función producir una algarabía que diera a entender el comienzo del guateque, y cuyo quéhacer ha devenido en saturnales de pólvora.

Pero lo más notorio quizás sea la escatológica visión del mundo en Catalunya. Es sabido que en la Península Ibérica los regalos de navidad son traídos el 6 de enero por los Reyes Magos. El 24 de diciembre, los niños catalanes tienen otro ritual, cuyo personaje es el eximio Tió de Nadal. Se trata de un tronco fascinante que es llevado a casa el día de La Inmaculada, el cual se acomoda con una manta que lo cuida del invierno. El Tió tiene ojos y sonrisa y es amado por los niños, quienes lo alimentan con ternura durante 16 días, y a través de aquello que pueda comer un tronco mágico. Ceremonia que concluye en Navidad, cuando al aullido colectivo de canciones inocentes de la guisa de: "Tió, Tió, caga torró/ D'aquell tan bo/ Si no en tens més/, Caga diners!...", los infantes agarran al Tió a bastonazos a fin de que cumpla su misión, que es a saber la de cagar dulces. Ceremonia coprofílica que nos enseña lo relativo que puede llegar a ser la suciedad, la cual deja a los adultos el gusto por todo tipo de dulces hechos en forma de excrementos que puedes comprar en los toldillos de la Gran Vía de las cortes catalanas.

Lo anterior se ajusta al inagotable esfuerzo por construir y comprender una memoria colectiva. Escribir la historia como proyecto de filiación que se refleja por ejemplo en la planeación urbanística, a través de dos trascendentales obras de arquitectura: el Monasterio de la Sagrada Familia, inacabado e inacabable, telúrico, inhumano, sensual, con sus grúas como saurios metálicos que afirman la atemporalidad del work in progress; y los trabajos perennes en la muralla romana de Barcino (que es como los latinos llamamos a Barcelona), construída hará dos mil años, en época de Augusto. De esta manera, en la imaginaria e irreal línea cronológica, el discurso de la ciudad progresa hacia el futuro de su pasado. UC

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