Historia de un atraco
Ladrón propio en Parque Berrío

María Laura Idárraga Alzate
 
 

El jueves primero de noviembre de 2012, durante la manifestación de los vendedores ambulantes, Sandra iba de camino a coger el Metro en la Estación Parque Berrío para terminar unas diligencias de su trabajo. Gritos, pancartas, personas corriendo por las calles, la policía lanzando gases lacrimógenos contra los venteros. "¡El centro está hecho un caos!", pensaba ella mientras caminaba apurada entre la muchedumbre.

Sandra creyó que lo más seguro era irse en Metro y no en bus, no sólo por la multitud, sino porque al parecer había unos encapuchados infiltrados en la manifestación. De pronto, una llamada de su jefe le entró al celular. Varias veces le habían advertido que en el Parque Berrío, ni por equivocación, podía contestar una llamada, pero como buena asistente, contestó.

Poco antes de ingresar a la estación, la sorprendió por la espalda un encapuchado que pasó corriendo y le arrebató el celular. Entre sí, cerraron la estación, dejándola atónita y sin transporte.

Cinco minutos después abrieron nuevamente y Sandra entró como si nada. Estaba tan acostumbrada a los atracos del parque que ya ni susto le daba. "Parce, tengo ladrón propio en el Parque Berrío", pensó, pues varias veces la habían robado en ese sector.

Ladrón propio en Parque Berrío

 

 

Ladrón propio en Parque Berrío

Y meses después le volvió a suceder, aunque esta vez en otro lugar del centro. Después de quedarse sin teléfono, Sandra había invertido en un nuevo celular más moderno, un Smartphone de Alcatel. Un lunes en la tarde estaba por pasar la calle Ayacucho cuando la acorraló un tipo drogado con un "chuzo aterrador que me dijo que le entregara el celular", recuerda. En la cara del ladrón veía algo así como "una paranoia producto de la traba". Sandra se lo dio sin titubear. Al parecer, la seguía desde hacía rato y la había visto guardar el celular en el bolso.

A diferencia de los robos del Parque Berrío, que le parecían tan normales, esta vez sintió mucho susto. Desde entonces, Sandra transita con preocupación por cualquier lugar del centro. Dice que ha sentido crecer en ella un delirio de persecución, aunque se ríe de su mala suerte."¿O será un maleficio?", se ha llegado a preguntar.

Ahora ya no saca su celular para contestarle a nadie, ni aunque sea su jefe. Tampoco gasta su sueldo en "celulares chéveres", como ella los llama. "Ya no vale la pena comprar algo que sé que me van a robar, pero espero aportar con mi historia a otros transeúntes descuidados". UCMe robaron y punto

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